Mi refugio

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Alborada

miércoles, 4 de septiembre de 2013

LA FAMILIA


Quería mucho a mis primos de Argentina, los hijos de los hermanos de papá, pero tal vez por haber vivido nosotros muchos años en el exterior, nos veíamos muy poco. Un día quise reunirlos en casa de María Andrea, en Belgrano y fue un encuentro emotivo, lleno de ternura y recuerdos. Sólo nos faltó María que, desde Chicago, se nos sumó telefónicamente; Roberto, hijo de tío Pepe, que hacía tiempo estaba enfermo y Carlitos, médico, que vive en Houston, Texas, donde tiene una importante clínica. Desde esa foto, lamentablemente, ya varios no están.                                                                    


La prima mayor era Nélida, la Ñata, alegre, bailarina, profesora de piano y buena cocinera. Se casó con Federico, un alemán, entrenador de perros de policía y se fueron a vivir a Mar del Plata. En los veranos yo era uno de sus asiduos visitantes y entusiasta consumidor de su torta alemana, con clavo de olor.
Los sobrinos favoritos de mamá eran Juan Carlos, estudiante de medicina que no se recibió, pero era su enfermero fiel y Lidia que acompañó mucho a mamá cuando la muerte de papá y de Tito Livio. El menos querido de la familia era Jorge, forzudo, mentiroso y medio sinvergüenza. Los cuatro y la prima menor, la preciosa morocha Martha, eran hijos de tío Juan y tía Lola. A su vez, tío Juan era muy querido por mamá porque siempre estuvo cerca y hasta la cuidó devotamente cuando una enfermedad. El tío Pepe, otro hermano de papá era empresario y un gran señor, el más buen mozo de todos, casado con María, una simpática catalana que se le fue joven. Tuvieron dos hijas, Matilde y Carmen, bonitas e inteligentes. Siempre mantuve con ellas muy buena onda. Tienen más o menos mi edad, pero injustamente son solteras, mejor dicho solteronas y católicas practicantes. Siempre esperaron un príncipe azul que nunca llegó. Tía Ana, mi madrina, tuvo un varón, Armando, el Bebe, y una mujer, la Beba. Armando fue gran compañero de papá los años en yo vivía en San Pablo y nos queríamos mucho, pero con la Beba y sus varios romances nunca hubo buena onda.
Papá cumplió ochenta años, con muy buena salud. Seguía yendo a La Sirena y aún participando en las actividades gremiales de los empresarios isleños.. Seguía con sus dichos. Propios o ajenos; un día en una animada discusión le escuche:”El sabio no dice lo que sabe y el necio no sabe lo que dice”. En la foto Norma todavía morocha.
Cuando se agravaron los problemas cardíacos de papá, nuestro médico Dr. Alberto Belinski recomendó la colocación de un marcapasos. Asi lo hicimos y esa misma tarde se sintió tan bien que quería ya irse a casa. Estábamos felices y esperanzados. Pero a la noche tuvo un paro respiratorio y se nos fue. Era el 18 de septiembre de 1971. Al morir papá me di cuenta que arriba mio ya no había nadie y en la familia, la cabeza era yo. Sentí como una vivencia de orfandad y una sensación de desamparo. Tenía veneración por mi viejo. Creo que la muerte del padre constituye el acontecimiento más importante que ocurre en la vida de una persona. Es el traspaso doloroso de una generación. Y viene el duelo que es la reacción a la pérdida de un ser amado, si bien previsible, difícil de aceptar.















               

Ochenta cumpleaños de papá. Tito Livio, mamá, Norma y papá.

Mi hermano Tito Livio sufrió un aneurisma cerebral y a pesar de dos operaciones falleció en junio de 1974. Mamá quedo sola en su casa de Olivos pero por suerte consiguió un matrimonio, Fanny y Angel que le atendían la casa y a ella, con mucho cariño. Viviendo en Estados Unidos, mamá en Buenos Aires era m preocupación constante. Nunca hubiera aceptado venir a USA porque ella de su Olivos no quería salir. Cada vez que yo la visitaba, cuando me despedía para volver a USA agitaba desde la puerta de calle su mano trémula y no podía disimular la tristeza profunda que la embargaba ni yo podía parar mis lagrimas pensando que a lo mejor no la vería mas. Mientras escribo su imagen nítida me sigue saludando.
Luego de algunos años de soledad y melancolía creciente contrajo una grave infección a los riñones. A medida que mama envejecía parecía necesitar más arrugas para albergar el mundo de sus recuerdos. Sin embargo, ni en las vísperas de su muerte perdió su sonrisa ni los rasgos de su belleza..
Viajamos a Buenos Aires y Norma como lo había hecho con papá y Tito dedicó mucho tiempo a acompañarla y María Andrea, devota invariable de su abuela Nuncia estuvo siempre a su lado. Un día de mucho frío fui a verla vistiendo un abrigado sacón largo de gamuzón. Mamá me miró sonriendo y me dijo: -“Pichón, qué bien te queda”
¡Fueron sus últimas palabras, el 17 de junio de 1987. Hubiera querido decirle una vez más cuánto la amaba! Mama querida, cada día más que viva será un día de amor y de homenaje a tu memoria.










El 10 de Junio del 2004 con familia y amigos, Norma y yo, celebramos animadamente el 50 Aniversario de casados. Bodas de Oro a las que Dios nos permitió arribar con buena salud y felicidad.






Nos reunimos en un salón del restaurant Rusty Pelikan, sobre el mar, con un panorama espectacular que puso marco a otro hito de nuestra felicidad. Nos acompañaron familiares y muchos amigos con quienes brindamos, cantamos y bailamos.




Por la amistad fraterna que teníamos con Emilio Perina, convivíamos todos los veranos en Punta del Este. Tanto él como nosotros hacíamos frecuentes reuniones con los amigos. En lo de Emilio, me reencontré, cuarenta años después con Jorge Batlle y conocí a su señora Mercedes Menafra. Conversamos mucho; de recuerdos y del presente, tanto de Uruguay como de Argentina ya que la mamá de Jorge era argentina. Quedé impresionado por su profunda cultura y su conocimiento de la historia argentina. Era un fervoroso admirador del gran prócer argentino Juan Bautista Alberdi y yo también. Coincidimos en su papel fundamental en la organización constitucional de la Argentina, así como en la crisis de nuestros países, huérfanos hoy de figuras de ese talle.









Con Jorge Batlle y Mercedes Menafra .    


                            Evaristo Salazar       
Hubo un señor que estuvo muy ligado a nuestra vida en Punta del Este, se llamaba Evaristo Salazar, era dueño del Hotel Iberia y yo lo había conocido en los congresos de Cotal a los que concurría habitualmente. Un pionero y todo un prócer local, muy querido. Era historia viva del pueblo de Punta, hoy ciudad y nos deleitaba con sus recuerdos y anécdotas.






Punta, paraíso encontrado.


Un día yendo sólo de Punta del Este a Montevideo, un poco rápido, debo haber cerrado los ojos cansados por una fracción de segundo y al abrirlos, vi de frente un mojón de cemento de esos los que marcan el kilometraje; alcancé a dar un golpe de volante y salvé por poco el obstáculo. Paré en la banquina a tranquilizarme y dar gracias a Dios. Fue otra de las veces en que no me morí.



 




  


Invitados por el amigo Horacio López hicimos un espléndido paseo en su barco por las islas de Saint Martin y Saint Barth y se sumaron María y Bill. Disfrutamos del mar, la buena comida francesa, el buen vino y la elegancia de esas islas. Fué la última luna de miel.

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