AFRICA
Dos veces estuve en África., ese continente tan exótico como fascinante La
primera ocasión fui invitado a un safari fotográfico por varios parques
nacionales de Kenia. La inolvidable compañía aérea Pan American nos llevó hasta
Nairobi, la capital del país africano. El piloto tuvo la gentileza de hacer un
giro mostrándonos el cráter del volcán Kilimanjaro, a más de cinco mil metros,
la mayor altura de Africa.
El cráter
del volcán Kilimanjaro, en Tanzania, desde el avión de Pan American.
En el aeropuerto nos esperaban con música y bailes nativos con coloridos
trajes. La música es alegre, con tonos agudos en variados instrumentos de
fabricación casera.
Soplaba fuerte el viento. Dicen ellos que hay vientos que abrasan y vientos
que secan la mente. El mismo aire que fecunda las selvas, también entierra
ciudades en polvo. Estábamos hospedados en el hotel Hilton, tomábamos una copa en
la terraza, y en una mesa vecina dos hombres locales, de traje y vistosa
corbata, esperaban su almuerzo. Llegaron dos platos de pasta y ambos comenzaron
a servirse, pero con los dedos. Fue sorprendente y chocante. Y no sólo eso.
Nairobi es un hormiguero de gente de color. Me sentía extraño e inquieto,
caminando entre la muchedumbre., teniendo la sensación de ser una minoría
étnica. Vimos hombres grandes y fornidos, paseando, tomados de sus dedos meñiques
entrelazados. Pensamos si serían gays, pero nos aclararon que era costumbre
entre buenos amigos. Por ser antigua colonia británica se habla inglés, pero el
idioma local es el Swahili. Se cree que el territorio de Kenia fue cuna de la
humanidad hace tres millones de años. La tribu más importante son los míticos
Massai que en la guerra de la independencia combatieron ferozmente contra los
ingleses. De hecho son un pueblo de guerreros, categoría que un joven sólo
puede alcanzar si mata a un león en una lucha cuerpo a cuerpo. Hoy son pastores
semi nómades que transitan los extensos parques nacionales. Cuando alguien
muere en la aldea la abandonan y construyen una nueva, en otro lugar; pero a
veces, cuando alguien está por morir le construyen lejos una choza y allí lo
dejan morir.
Kenia es independiente desde 1963 y se la debe a la lucha del gran líder Jomo
Kenyatta. Todos los africanos que tratamos fueron amables, sonrientes y
corteses. Visitamos los parques de Masai Mara y
Amboseli. Al llegar a una aldea Massai de este parque, el guía nos informó al grupo de visitantes que era
posible, para el que quisiera, pasar la tarde y la noche en la tribu. Fui el
único atrevido que aceptó.
La aldea llamada “bonia” se organiza en forma circular, con un corral en el
medio, para los animales y las chozas se distribuyen a su alrededor. Las chozas
son bajas y pequeñas, construidas con ramas, paja y caca seca de vacas. La
entrada es angosta y acaracolada, tipo nido de hornero, para dificultar la
entrada a los animales. Ellos comían una pasta hecha de trigo y una verdura
silvestre parecida a una acelga. Yo comí el sándwich que había llevado y me
anime a un sorbo de agua, casi tibia, que me ofrecieron. Le regalé unos dólares
al jefe, un adulto de edad incierta, muy alto y flaco, envuelto en su capa
colorada y éste, al anochecer me llevó hasta una de las chozas, donde me
esperaban una viuda massai y varios niños. La temperatura era cálida pero
agradable y yo vestía un liviano short bermuda y una camisa de manga corta. La
viuda me hizo algo así como una reverencia y me invitó a entrar, lo que hice
agachado, a pesar de ser petizo. Lógicamente el piso era de tierra y en el
medio se apoyaba una latita con grasa encendida, con una luz temblorosa que
apenas cortaba las tinieblas. Había varios jergones de paja y me señaló el mío
que parecía ser el mejor. Los chicos entraron alegres y retozones y al rato la
mamá los hizo callar. Tuve un poco de aprensión por posibles mosquitos u otros
bichos, en medio de la familia africana, pero dormí hasta que el bullicio de la
tribu me despertó. La función de los niños es sacar el ganado a pastar. Las
mujeres construyen las chozas y cocinan; a los hombres nunca los vi más que
estar sentados o en cuclillas o caminar. Probé la torta de trigo, insulsa y
pegajosa y me atreví con un tazón de madera y una leche tibia que una vieja
massai acababa de ordeñar; no quise nada más. Una mujer vieja le hizo un
pequeño corte en la garganta a una especie de buey y le extrajo un chorro de
sangre que fueron bebiendo los hombres adultos. Probablemente una costumbre de
las épocas guerreras. Cuando el guía vino con su camioneta a buscarme, me
alegré, pero no me arrepentí de esa extraña experiencia. Los chicos saltaban a
mí alrededor y la madre tocó mi mano, con timidez, despidiéndome.
La
familia Massai en Kenia
En el segundo viaje a Africa fui con Norma a Tanzania, a una reunión de los
Timoneles de Oro del Turismo. La capital es Dar el Salam a la que llegamos con
la compañía Air Tanzania, desde Nairobi. Es un país muy pobre, donde los
nativos andan descalzos y harapientos, gobernados por musulmanes que manejan
grandes Mercedes Benz blancos. Vimos a los chicos descalzos al borde de la
carretera, con tachos de lata recogiendo agua de los charcos para llevar a sus
casas.
Muy cerca de los majestuosos leones.
Las chicas de Tanzania
Como era obligado nos llevaron a conocer el mercado. Era el paraíso de las
moscas. Lógicamente deseábamos comprar algunas especies. Sobre un tablado había
un vendedor y en bolsitas de papel de envolver estaban las diferentes especies.
Para peor, el vendedor usaba un mismo cucharón de madera para servirlas.
Espantando moscas, salimos del mercado.
La casa de “Las mil y una noches”
Nos mostraron la antigua casa donde la leyenda cuenta que vivió el sultán y
la esclava que para salvar su vida le contó cuentos mil y una noches.
Comimos rico plato típico, el pilau que es arroz condimentado. Y regresamos
al barco rogando llegar a puerto.
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