Mi refugio

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Alborada

miércoles, 11 de septiembre de 2013

AFRICA


Dos veces estuve en África., ese continente tan exótico como fascinante La primera ocasión fui invitado a un safari fotográfico por varios parques nacionales de Kenia. La inolvidable compañía aérea Pan American nos llevó hasta Nairobi, la capital del país africano. El piloto tuvo la gentileza de hacer un giro mostrándonos el cráter del volcán Kilimanjaro, a más de cinco mil metros, la mayor altura de Africa.





               El cráter del volcán Kilimanjaro, en Tanzania, desde el avión de Pan American.

En el aeropuerto nos esperaban con música y bailes nativos con coloridos trajes. La música es alegre, con tonos agudos en variados instrumentos de fabricación casera.
Soplaba fuerte el viento. Dicen ellos que hay vientos que abrasan y vientos que secan la mente. El mismo aire que fecunda las selvas, también entierra ciudades en polvo. Estábamos hospedados en el hotel Hilton, tomábamos una copa en la terraza, y en una mesa vecina dos hombres locales, de traje y vistosa corbata, esperaban su almuerzo. Llegaron dos platos de pasta y ambos comenzaron a servirse, pero con los dedos. Fue sorprendente y chocante. Y no sólo eso. Nairobi es un hormiguero de gente de color. Me sentía extraño e inquieto, caminando entre la muchedumbre., teniendo la sensación de ser una minoría étnica. Vimos hombres grandes y fornidos, paseando, tomados de sus dedos meñiques entrelazados. Pensamos si serían gays, pero nos aclararon que era costumbre entre buenos amigos. Por ser antigua colonia británica se habla inglés, pero el idioma local es el Swahili. Se cree que el territorio de Kenia fue cuna de la humanidad hace tres millones de años. La tribu más importante son los míticos Massai que en la guerra de la independencia combatieron ferozmente contra los ingleses. De hecho son un pueblo de guerreros, categoría que un joven sólo puede alcanzar si mata a un león en una lucha cuerpo a cuerpo. Hoy son pastores semi nómades que transitan los extensos parques nacionales. Cuando alguien muere en la aldea la abandonan y construyen una nueva, en otro lugar; pero a veces, cuando alguien está por morir le construyen lejos una choza y allí lo dejan morir.
Kenia es independiente desde 1963 y se la debe a la lucha del gran líder Jomo Kenyatta. Todos los africanos que tratamos fueron amables, sonrientes y corteses. Visitamos los parques de Masai Mara y Amboseli. Al llegar a una aldea Massai de este parque, el guía nos informó al grupo de visitantes que era posible, para el que quisiera, pasar la tarde y la noche en la tribu. Fui el único atrevido que aceptó.


La aldea llamada “bonia” se organiza en forma circular, con un corral en el medio, para los animales y las chozas se distribuyen a su alrededor. Las chozas son bajas y pequeñas, construidas con ramas, paja y caca seca de vacas. La entrada es angosta y acaracolada, tipo nido de hornero, para dificultar la entrada a los animales. Ellos comían una pasta hecha de trigo y una verdura silvestre parecida a una acelga. Yo comí el sándwich que había llevado y me anime a un sorbo de agua, casi tibia, que me ofrecieron. Le regalé unos dólares al jefe, un adulto de edad incierta, muy alto y flaco, envuelto en su capa colorada y éste, al anochecer me llevó hasta una de las chozas, donde me esperaban una viuda massai y varios niños. La temperatura era cálida pero agradable y yo vestía un liviano short bermuda y una camisa de manga corta. La viuda me hizo algo así como una reverencia y me invitó a entrar, lo que hice agachado, a pesar de ser petizo. Lógicamente el piso era de tierra y en el medio se apoyaba una latita con grasa encendida, con una luz temblorosa que apenas cortaba las tinieblas. Había varios jergones de paja y me señaló el mío que parecía ser el mejor. Los chicos entraron alegres y retozones y al rato la mamá los hizo callar. Tuve un poco de aprensión por posibles mosquitos u otros bichos, en medio de la familia africana, pero dormí hasta que el bullicio de la tribu me despertó. La función de los niños es sacar el ganado a pastar. Las mujeres construyen las chozas y cocinan; a los hombres nunca los vi más que estar sentados o en cuclillas o caminar. Probé la torta de trigo, insulsa y pegajosa y me atreví con un tazón de madera y una leche tibia que una vieja massai acababa de ordeñar; no quise nada más. Una mujer vieja le hizo un pequeño corte en la garganta a una especie de buey y le extrajo un chorro de sangre que fueron bebiendo los hombres adultos. Probablemente una costumbre de las épocas guerreras. Cuando el guía vino con su camioneta a buscarme, me alegré, pero no me arrepentí de esa extraña experiencia. Los chicos saltaban a mí alrededor y la madre tocó mi mano, con timidez, despidiéndome.


 


                                                                                   La familia Massai en Kenia




La Recepción en Dar es Salam


En el segundo viaje a Africa fui con Norma a Tanzania, a una reunión de los Timoneles de Oro del Turismo. La capital es Dar el Salam a la que llegamos con la compañía Air Tanzania, desde Nairobi. Es un país muy pobre, donde los nativos andan descalzos y harapientos, gobernados por musulmanes que manejan grandes Mercedes Benz blancos. Vimos a los chicos descalzos al borde de la carretera, con tachos de lata recogiendo agua de los charcos para llevar a sus casas.
En el aeropuerto nos esperaba el ballet folklórico para ofrecernos su colorido y rítmico show. Nos agasajaron de mil maneras con humildad y talento artístico popular. Asombraba la habilidad con que trabajaban el marfil o la madera de ébano, con sus manos y herramientas primitivas. Igualmente interpretaban música con instrumentos caseros y en algunos casos, eran lisiados, que ejecutaban con sus píes. Su moneda es el chelín tanzano y tienen un periódico en inglés que se llama Tanzania Times. Compramos piezas de ébano y coloridos batiks.Visitamos el parque Serengueti, uno de los más grandes del mundo y el cráter del volcán Ngongoro que tiene veinte kilómetros de diámetro y está poblado por millones de garzas rosadas.



















           


Muy cerca de los majestuosos leones.





                                    Las chicas de Tanzania

Queríamos visitar Zanzíbar, la llamada isla de las especies, sobre el Océano Indico. En el puerto de Dar es Salaam tomamos un viejo barco tan destartalado y herrumbrado que pensamos que no íbamos a llegar, pero despacio, llegamos. Nos recibió un puerto sucio y con mal olor que fue el principio de nuestra decepción.       Aprovechamos la media mañana para conocer la playa de Fuji, tan hermosa, que nos levantó el ánimo. Arenas casi anaranjadas y aguas transparentes que penetramos enamorados.
Como era obligado nos llevaron a conocer el mercado. Era el paraíso de las moscas. Lógicamente deseábamos comprar algunas especies. Sobre un tablado había un vendedor y en bolsitas de papel de envolver estaban las diferentes especies. Para peor, el vendedor usaba un mismo cucharón de madera para servirlas. Espantando moscas, salimos del mercado.



                                                La casa de “Las mil y una noches”


Nos mostraron la antigua casa donde la leyenda cuenta que vivió el sultán y la esclava que para salvar su vida le contó cuentos mil y una noches.

Comimos rico plato típico, el pilau que es arroz condimentado. Y regresamos al barco rogando llegar a puerto.

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