Mi refugio

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Alborada

miércoles, 21 de agosto de 2013


GOLF


 

Un día que invité a La Sirena a mi amigo y productor de canal 13, Carlos Sandor, trajo un palo de golf y unas pelotitas y me dio la primera lección de un deporte que poco después me iba a apasionar. Otro gran amigo, golfista fanático, Oscar Merlo, consiguió que tomara en serio un deporte que hasta entonces había considerado con cierto desprecio como una actividad aburrida y de viejos. Que error! De aburrido no tiene nada y como deporte es exigente, difícil y hasta una enseñanza de vida.

Key Biscayne era un lugar ideal para el golf. Tenía la cancha a cinco minutos de auto. Era un campo del que una vez el argentino Vicente Fernández, dijo que parecía fácil, pero engañaba. Tenía muchas trampas de arena y más de cuatrocientas palmeras. Allí tomé mis primeras clases con un profesional norteamericano y más tarde concurrí a una clínica de tres días en la Professional Golf Association de West Palm Beach, con dedicación al juego corto. Aprendí bastante y me animé a hacerme socio del Club de Golf de Cantegril, en Punta del Este y a jugar los torneos del verano. Era el año 1994, tenía sesenta y ocho años y aún estaba a tiempo de empezar ese difícil deporte porque me sentía espléndido. Contraté un caddie de primera, el inolvidable Lacho Silva, uno de los más viejos, tanto que había llevado a Mauricio Litman desde la fundación del club en 1947. Lacho tenía la experiencia que sólo los años pueden dar y me dio muchos consejos prácticos que mejoraron mi juego. Me ayudaba a leer los “greenes, uno de los mayores desafíos del golf.
 
 Con Bill, en la cancha de Cantegril. A la der. mi caddie Lacho Silva.

 Comencé a jugar con el alto hándicap del principiante y al poco tiempo gané mi primer torneo. Ese éxito aumentó mi entusiasmo y dediqué al golf, casi todas las mañanas de mi tempo en Punta del Este. Caminaba siete u ocho kilómetros, era un excelente ejercicio, me hacía feliz e incorporó a mi vida un nuevo grupo de amigos y amigas, muchos de los cuales, hasta hoy, nos acompañan en nuestro tranquilo retiro.

                        Segundo, de izquierda  a derecha mi amigo Gabriel Oliva.

Mi juego mejoraba día a día ayudado por algunas clases con los profesores de Cantegril, Fernando Cancela y Ruben Duret.
 
 
Charnia Hill, Susana KLiberman, Judith Barugel
 
 
Vicente Fernández, Copa Aerolíneas Argentinas
 
 
Tenía setenta y ocho años y había bajado mi hándicap a 19; estaba muy orgulloso. Algunos jugadores prefieren mantener un hándicap alto que favorece el score para los torneos pero mi objetivo era bajar el hándicap como consecuencia de jugar mejor.
 
 
 

Pensaba que si me hubiera iniciado en el golf en la juventud tal vez hubiera sido un “scratch”. Por qué no? si tenía las condiciones y la voluntad necesarias? Pero me faltaron los medios y el tiempo. Trabajé siempre sin pausa.

La actividad del Cantegril Country Club era gerenciada por Alejandro Ceballos un joven que dedicaba su vida al club y lo mantenía en excelentes condiciones de juego. Lo acompañaban muchachos muy queridos que, como Alejandro, más que empleados fueron amigos. Recuerdo con un abrazo al Pato y a su hermano Gaviotín, a Alejandro Lujan, que cuando me vio por primera vez después del stroke, se emocionó, a Gina, a Sergio, al jardinero Miguel, a Ruben, encargado del vestuario, a Julio, el cuidador de autos que me ayudaba a subir las escaleras en los meses de rehabilitación, a todos los muchachos del bar. Un recuerdo especial para Vilma, encargada del proshop, siempre, gaucha y amiga. Cuanto me acompañaron en esos años felices de diarios torneos de golf!

En un viaje a la República Dominicana, me invitaron al importante resort de “Casa de Campo” en La Romana. Hay dos canchas de golf; una de ella es “Teeth of the Dog”, la cancha mas calificada del Caribe y la número 43 entre las mejores del mundo. Fue diseñada por el legendario Pete Dyes y es considerada una de las más desafiantes y difíciles del mundo. Sus hoyos están entre piedras y arena y el fuera de campo es el mar. Hay un hoyo que del tee azul hay que pasar por arriba de la pista del aeropuerto donde aterriza American Airlines. Cuando los pasajeros llegan de USA los espera un carrito de golf que los llevaba al hotel.


                                   La cancha de golf de La Romana

Cuando íbamos a Chicago jugaba con Bill, en su club privado y muy exclusivo llamado Old Elm, en Lake Forest, a una hora de la ciudad. No se permitían damas ni como socias ni como invitadas, ni siquiera en el bar. Era una extraña discriminación en el país de la democracia. Para almorzar había que vestir chaqueta y si uno no la tenía, el club prestaba una, color verde que siempre me quedaba grande. Eran solamente 126 socios pero podían llevar invitados.

Generalmente jugábamos los domingos con algún amigo de Bill y después con Tommy cuando empezó a jugar. Aún en los domingos más hermosos del verano, en la cancha estábamos casi solos. Bill había empezado de niño con su padre que jugó golf hasta el final de su vida a los 92 años. Bill era handicap 12 y pegaba largo y bien. Tenía vocación didáctica y me transmitía sus conocimientos y su experiencia, con mucha paciencia. Un día estábamos jugando con Bill y su gran amigo Danny. Salí con mi drive y pegué muy bien. Danny me pregunto que handicap tenía. Le dije que 19 y me sonrió diciendo-: No sé lo que comes, pero funciona.

 

 
Con Elba Cuenca y Judith Barugel.

                       

El golf era parte importante de mi vida en Punta del Este. Ya disfrutábamos de nuestra casa, el jardín y la vida de Punta por siete u ocho meses cada año. Se había formado un grupo de amigos que nos encontrábamos todas las mañanas en el tee de salida. Los únicos argentinos éramos la señora Elba Cuenca y yo y nos integrábamos con los alemanes, Dieter Oldekop y Helmut Goekel; el egpcio Albert Piciotto, los uruguayos León Schimmel y su esposa Regina; Isidoro Kak y Lilian y Sylvain Rubinstein y Lidia. Luego se sumaron Jerry y Ana María, de USA y Bruce Sidwall, escocés que vivía en Montecarlo, casado con la parisina Anita. Bruce había comprado “la Dacha” la casa que había sido de Jacobo Timmerman y que tantas veces habíamos visitado con Norma.

Éramos una babel de gente linda que aprendimos a acompañarnos y querernos caminando el campo de golf, entre los pinos y el sol. Algunas esposas también jugaban pero generalmente entre ellas.

 

 

 

El 30 de diciembre del 2003, en el par tres del hoyo cinco, jugando con Alberto Piccioto, Dieter Oldekop y Helmuth Goeckel, con una madera tres, hice el hoyo en uno con el que todo jugador sueña. Fué emocionante, sobre todo, porque yo creí que me había pasado de largo y buscaba la pelota en un cerco, hasta que Washington, el caddie de Goekel, muy excitado, me avisó que la pelota estaba en el hoyo. Hubo champagne para los amigos y todos los socios que se acercaban y el bar del club se hizo presente con una gran bandeja de saladitos. Fue una gran alegría. El gerente del club Alejandro Ceballos, me hizo preparar un trofeo alusivo que luce en el living de la Alborada, con otros muchos premios que ahora miro con nostalgia.
Mi”swing” en el Doral.

 
La primera baja del grupo fue el querido Isidoro Kak, el más joven, que se nos fue después de una larga enfermedad que soportó con gran entereza, acompañado por su devota Lilian que siguió con el golf y hoy es una destacada jugadora, ganadora de innumerables torneos.

Dos socios de Cantegril que también tenían departamentos en Miami eran Jorge Serebriani y Bernardo Feldman. Cuando coincidíamos nos juntábamos a jugar y a conversar de tantas cosas que nos unían. Con Jorge éramos fanáticos del “cortadito” al estilo cubano que degustábamos en el “Oásis”o en “La Carreta” de Key Biscayne.

 

Cumpleaños de María


Me estoy olvidando una linda fiesta, cuando María cumplió cuarenta años en Chicago, Bill le organizó una gran fiesta en un simpático salón. Todos teníamos que disfrazarnos de cowboys. Cominos, bebimos y bailamos. Fue muy divertida y también fue el primer encuentro con buenos amigos de Bill y María que también se incorporaron a un círculo de relaciones y buenos amigos que sigue creciendo y que hasta hoy mantenemos en Chicago.

 

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