EL CAMINO DE SANTIAGO
La ruta Jacobea, que hicimos en el Año Santo de 1993, fue un viaje
inolvidable que nos llevó por pueblos y ciudades llenos de historia,
tradiciones y mística. No lo hicimos caminando como tantos penitentes y
peregrinos, porque nuestra edad ya no lo permitía, sino tripulando un auto que
habíamos tomado al cruzar la frontera de Francia con España.
Entramos a la ruta, por lo que se que se llama el camino francés,
comenzando en Roncesvalles en los Pirineos y Puente de la Reina. Atravesamos
Navarra, La Rioja ,
Castilla, León y Galicia. Siempre hicimos noche en los famosos Paradores, hasta
el último, imponente Hostal de los Reyes Católicos en Santiago de Compostela.
Volviendo a los días del camino, siempre tratábamos de comer los menús iguales
o parecidos a aquellos que degustaban lo antiguos peregrinos.
Puente de la Reina
Así abundaron las sopas paisanas, las “pochas” de
codorniz y chorizo, en Navarra; los espárragos “cojonudos” de la Rioja ; conejos, alubias y
sopa de ajo más adelante y los vinos locales, algunos, con solera de muchos
años. Y no olvidamos las tortillas, guisos, cocidos, chuletas y el delicioso
vino de orujo. Seguramente que lo pasamos mejor que muchos peregrinas a quienes
veíamos en las puertas de las iglesias curándose las ampollas sangrantes de los
pies. Pero yo hubiera cambiado con gusto, la comodidad de nuestra tercera edad,
por la juventud entusiasta de esos jóvenes peregrinos.
Ya habíamos pasado por Calahorra y nos habíamos deleitado con sus
merecidamente famosos pimientos que disfrutamos asados y rellenos.
En la
Feria de Viana
Nos encantaba esa ingenua alegría popular, sin desmayos. Vimos desfiles de gigantes
y cabezudos, partidos de pelota a mano y nos sumamos a la degustación
gastronómica de los distintos productos de las Casas Regionales. Yo disfruté
los huevos con pimientos y Norma una jugosa Chuleta. Seguían los fuegos
artificiales, espectáculos folklóricos y verbenas a las que no pudimos
quedarnos.
En la ciudad fortaleza de Viana coincidimos con una interesante feria
medioeval donde vimos artes, oficios y artesanías de esa época. Visitamos el
hermoso e impresionante Altar de Santa María y al frente de la iglesia, una
lápida recordando que allí murió en combate Cesar Borgia, ese tenebroso
personaje que había sido obispo a los 16 años.
En el Monasterio de Yuso, todavía en la Rioja , vimos y leímos, detrás de vitrinas, los
primeros textos escritos de la lengua castellana allá por el siglo X, en la
letra del poeta Gonzalo de Berceo. Ante esos textos incunables no pudimos menos
que hacer una pausa respetuosa y emocionada.
Primeros
escritos en lengua castellana.
Con el padre Alfredo, en San Millán de la Cogolla ,
Cruzábamos pueblos y ciudades, muy cerca unos de otros, contrastando con
nuestras largas distancias de soledad en Argentina.
En San Millán de la
Cogolla , nos recibió el padre Alfredo que tuvo la gentileza
de llevarnos a su amplia sacristía y mostrarnos en ella escudos en piedra y las
banderas de Uruguay y Argentina.
Al entrar en la iglesia, nos sorprendió que arriba de la cripta hubiera un
gallinero de piedra y dentro de él, vivitos y contentos, un gallo y una gallina
blancos. El Padre Alfredo nos contó la leyenda. Resulta que entre los muchos
peregrinos que hacían alto en esta ciudad para venerar las reliquias de Santo
Domingo, llegó un matrimonio con un joven de dieciocho años, muy buen mozo. La
chica del mesón donde se hospedaron se enamoró del pero ante la indiferencia del
joven decidió vengarse. Metió una copa de plata en el equipaje del joven y
cuando los peregrinos siguieron su camino denunció el robo al corregidor. Las
leyes de entonces castigaban con el delito de hurto y el inocente peregrino fue
ahorcado. Al salir sus padres camino de Santiago de Compostela fueron a ver a
su hijo ahorcado y al llegar escucharon la voz de su hijo que les decía que
Santo Domingo le había salvado la vida. Fueron enseguida a la casa del
Corregidor a contarle el milagro. El Corregidor, incrédulo, les contestó que su
hijo estaba tan vivo como el gallo y la gallina asados que se disponía a comer.
En ese preciso momento, el gallo y la gallina se cubrieron de plumas y saltando
del plato se pusieron a cantar. Y desde entonces se dicen los famosos versos:”
Santo Domingo de la Calzada
donde cantó la gallina después de asada”. En recuerdo de este suceso, se
mantienen en el lugar un gallo y una gallina vivos y siempre de color blanco.
El gallo y la gallina en la iglesia de Santo Domingo de la Calzada.
Llegamos a León, la capital del antiguo reino, con su rico patrimonio romano
y medioeval y el hechizo de la catedral gótica más pura y bella de España.
Hicimos noche en el Hostal San Marcos. Un lugar único en toda la ruta jacobea,
donde conviven la Catedral ,
el Museo y el Parador. Un majestuoso edificio que fuera monasterio y hospital
en el siglo XVI. Nos detuvimos ante la belleza de los arabescos y demás
ornamentos de su fachada, una obra sobresaliente del renacimiento español. Para
llegar a nuestro alojamiento transitamos el museo viviente del claustro y la
sala capitular, antiguos amueblamientos y armaduras de legendarios combates.
El hostal tiene fama también por su cuidada gastronomía regional su comedor
que visitaron con frecuencia los reyes de España. Nosotros no nos privamos y acabamos
con un cocido maragato, unas natillas de postre y un reconocido vinito del
Bierzo.
Hostal de San Marcos
Como ferviente lector de libros y relatos de la época de los templarios, no
podía prescindir de la visita a Villalcazar de Sirga, un pequeño pueblo de poco
más de doscientos habitantes, antiguo asentamiento romano en las tierras de
Palencia, por donde pasaron los caballeros templarios a su vuelta de Jerusalén,
a principios del siglo XII.
En el Mesón de Villa Sirga nos entregamos al placer de un cordero lechazo,
asado al horno de leña y preparado por su propietario, don Pablo Moreno,
Mesonero Mayor del camino de Santiago. La gente dice: “Si bien comer queréis,
al mesón de Pablo iréis.”
Mesón de los Templarios.
Nos desviamos un poco al sur del camino, para visitar el pueblo Seoane do
Caurel, en la región de las verdes sierras do Caurel, en la provincia de Lugo.
Un pueblo intranscendente, donde preguntamos insistentemente si algún Seoane lo
habitaba y ninguno encontramos; la inmigración gallega a las Américas se los había
llevado a todos. Como la capilla estaba cerrada tampoco pudimos indagar. Ese pueblo
Seoane nos defraudó porque no tenía nada rescatable y sus pobladores, ni parecían
gallegos ni les interesaba la presencia de visitantes de América, llegando en
busca de recuerdos y huellas de sus ancestros
Cruce de caminos.
Nos desviamos hacia el sur para ir a San Juan Seoane y reencontrar a mi
prima gallega Antonia, cincuenta años después. El pequeño poblado al final de
un sendero de montaña, ahora, con el progreso, había quedado casi al borde de la Autopista del Atlántico,
la E-5 y las
líneas eléctricas de alta tensión, cortaban el cielo.
La familia gallega .
Con la prima Antonia y su hijo.
Encontramos la vieja casa de piedra del tío abuelo Toño, en Cerneda de
Avegondo donde habíamos estado con papá en 1950. Sufría medio siglo más y estaba
bastante descuidada. Nos identificamos a la familia que nos recibió un poco
sorprendida. Eran una mezcla de campesinos y de gente de ciudad y nos
envolvimos en una charla complicada, tratando de descubrir cuál era la relación
de parentesco que nos unía y no fue fácil; ya era de segundo o tercer grado. Les
costaba hablar castellano. Su idioma natural era el gallego. Mientras
conversábamos se acercó una vaca, despacito, comiendo pasto del patio y una
joven del grupo corrió a sacarla, con sus zapatos de tacos altos y finitos que
se enterraban en el barro. Fue una situación extraña y casi patética. Nos
contaron que unos primos ricos de La
Coruña querían comprar la casa de Toño para arreglarla, construir
piscina y convertirla en su casa de veraneo. La visita no daba para más y nos
despedimos llevándonos las señas del domicilio de la prima Antonia. El
encuentro fue más bien triste y decepcionante. Prefería mantener el recuerdo de
aquella visita con papá en 1950 donde todo había sido simple y grato.
Encontramos a Antonia que era mi finalidad. Nos abrazamos largamente y lloramos
de felicidad. Habían pasado cuarenta y tres años desde que bailábamos alegremente,
jotas y muñeiras en la fiesta de “Os Caneiros”. Antonia mostraba los años
pasados. Era una campesina fuerte y rústica pero no había perdido su alegría
exuberante y expresiva. También hablaba en gallego y yo la dejaba porque la
entendía bastante bien y no quería forzarla al castellano con el que,
evidentemente, no se sentía cómoda. Nos mostraba con entusiasmo, a lo lejos, las
varias pequeñas fracciones de tierra que eran de su propiedad; exhibición característica
del minifundio en Galicia. Su hijo le había regalado un lindo chalet, alhajado
con todo el equipamiento del confort moderno, pero ella nos contaba, riéndose,
que no los sabía manejar. Nos invitó a quedarnos unos días en su casa pero
teníamos que seguir el Camino y llegar a Santiago. Nos despedimos con tristeza.
Ambos sabíamos que la despedida era para siempre.
Nos acercábamos a nuestro destino. Pasábamos por los últimos pueblos de la
ruta jacobea, en busca de la excelsa Santiago de Compostela. Nuestra ansiedad
aumentaba mientras se hacía la noche. Y de pronto, miramos al cielo donde una
brillante vía láctea con millones de estrellas nos señalaba el camino. Sin duda
las mismas estrellas que tantos siglos atrás iluminaban el camino de los primeros
peregrinos en busca del sagrado sepulcro del Apóstol Santiago.
Teníamos reserva en el Hostal de los Reyes Católicos situado sobre la misma
plaza del Obradoiro. Unas cadenas de gruesos eslabones cerraba la entrada a la
plaza y un guardián nos detuvo.
Cuando le informamos que íbamos al hostal, nos abrió con diligencia y
buenos deseos. Entré al enorme salón de la recepción, confieso que emocionado,
le doy el nombre bien gallego de Seoane y el conserje me dice que no encuentra
la reserva. Ya empezaba a enojarme, cuando encuentra la reserva, pero, para el
día siguiente. Norma ya estaba a mi lado y se nos vino el alma al piso. No hubo
ruego alguno que lograra una habitación. Nos dicen que las reservas se hacen
con años, o meses de anticipación. Debimos partir y elegimos corrernos a la
cercana Betanzos con muchos recuerdos porque papá solía contar que por Betanzos
había pasado el abuelo Juan, en camino al puerto de Vigo cuando emigró a la Argentina. Ese día
que el abuelo pasó, había fiesta en el pueblo porque se inauguraba la esperada
fuente de agua.
Allá nos fuimos y una vez instalados salimos a comer algo ligero y a buscar
la fuente. Estaba, en medio de la plaza. Brotaba agua fresca de la que bebí un
trago y leí: “1864,”
Fue el año en que el abuelo emigró. La fuente no era nueva para mí porque cuando
en 1950 visitamos Galicia con papá, me la había mostrado, con evidente emoción.
Cuando a la mañana tomamos café bajo un soportal, ya no vimos a las mujeres de
antes pregonando las sardinas frescas que llevaban en una gran bandeja de
latón, haciendo equilibrio sobre la cabeza. Lo que no había cambiado eran las
fachadas de cristal, las iglesias medioevales y las empinadas cuestas. Betanzos
era como un símbolo, como un muestrario de la Galicia marinera.
Caminamos toda la mañana, llegamos al puerto, ahora deprimido por la
competencia del vecino La
Coruña y al mediodía, nos comimos unos callos con garbanzos y
brindamos con una copa de vino del Ribeiro.
Betanzos
A la tarde regresamos a Santiago. Nos volvieron a levantar las cadenas de
la plaza y, para nuestra alegría, un enorme cuarto nos esperaba. Me invadieron
los recuerdos de aquella primera vez en Santiago con papá, en el Año Santo de
1950, entonces, nuestro alojamiento había sido una modesta pensión. Compostela,
junto con Roma y Jerusalén, es uno de los tres mayores centros de peregrinación
de los pueblos cristianos. En tiempos antiguos los peregrinos partían en grupo
para darse protección.Todos llevaban un amplio sombrero para protegerse del
sol, un morral para la comida, una calabaza para el agua y el bordón, que era
como un cayado o báculo, para defensa y apoyo. Atravesamos el Pórtico de la Gloria que solo se abre en
los Años Santos y es una preciada joya del estilo románico. Al entrar en la
catedral, cumplimos con devoción la tradición de colocar la mano en la piedra,
debajo de la imagen del Apóstol. Presenciamos la ceremonia del botafumeiro, uno
de los símbolos más conocidos de Santiago. Se trata de un enorme incensario de
latón, colgando desde lo alto, que se balancea cada vez más rápido empujado por
sacerdotes ayudantes. El botafumeiro, que en gallego quiere decir “echa humo”
nació como remedio para perfumar y desinfectar la catedral de Santiago, ya que
la llegada de peregrinos al templo después de hacer un camino tan duro,
provocaba que el olor allí fuera insoportable. Además, en esas épocas se
permitía dormir a los peregrinos en el interior de la catedral para descansar y
resguardarse del frio y la lluvia. La ceremonia se realiza solamente durante la
misa de doce en los Años Santos.
Peregrinos frente a la Catedral de Santiago.
En Santiago hay varios signos que son emblemáticos de Galicia: los
soportales de sus calles, sus típicos quesos cónicos y el vestuario negro de
las mujeres del pueblo
Dicen que visten negro porque aún arrastran duelo por sus muertos en la
trágica guerra civil.
Salamanca
Emprendimos el regreso, con un poco más de prisa y por ruta diferente. Pasamos
por Ourense, Puebla de Sanabria y Benavente, donde dormimos en el Parador Conde
de Gomarra.
Visitamos la
Universidad Pontificia. Luego la gran Salamanca, aquella de
“Lo que natura non da, Salamanca non presta”.
Enorme, imponente, señorial. Sentí una gran angustia, como una nostalgia, por
lo que no pudo ser. Qué no hubiera dado por haber sido un estudiante en alguna
de sus escuelas! Pero, no hay marcha atrás! ya era tarde para volver a ser
universitario.
No tuve el privilegio de vivir la vida universitaria, como la ha hecho
Tommy, por ejemplo en Estados Unidos. Hoy creo que la universidad de masas es
demagogia; no hay relación entre profesor y alumnos.
Comimos muy bien y barato en uno de sus varios comedores universitarios. Yo
ponía oídos atentos a las conversaciones y risas de los estudiantes. Qué
envidia!!!
Más adelante entramos a La
Alberca , un pueblo suspendido en el tiempo, fascinante. El
primer pueblo rural de España, declarado monumento histórico nacional. Hubiéramos
querido quedarnos sentados en la plaza, cerca de una señoras que tejiendo y conversando,
vestidas de negro y delantales blancos, nos creaban dudas de en qué siglo
estábamos. Compré un bastón rústico que aún atesoro Nunca olvidé ese pueblo;
nos prometimos volver y tal vez, aún estemos a tiempo.
Llegamos al Monasterio de Yuste como estaba en nuestros planes. Llovía
fuerte y parejo. Había una puerta chica de hierro, frente a la cual golpeamos
las manos. Salió un joven simpático diciéndonos que apuráramos porque iba a
comenzar la misa. Lo seguimos por un senderito de piedras hasta la iglesia, un
severo edificio gótico del siglo XV. No había nadie en la nave, parecía que la
misa era para nosotros solos y además, para nuestra sorpresa, entraron al altar
seis monjes de blanco y cantando: era una misa concelebrada. Qué emoción y que
privilegio.
Después pasamos al comedor donde nos atendió el mismo joven que nos había
recibido. Todo era muy austero con simples mesas y sillas muy de madera.
Igualmente austera la comida, consistente en una sopa de huevo y ajo, pan
casero y un revuelto de espárragos trigueros. De postre queso de cabra y miel
casera..
Monasterio de Yuste
Luego de esa etapa tan emotiva, seguimos nuestro camino. Hicimos noche en
el Parador de Oropesa y volvimos a la ruta. Llegamos a Talavera de la Reina , donde lógicamente,
Norma quiso ver sus famosas cerámicas. Había muchos talleres, con sus estilos y
especialidades. Cuando pensé que ya era suficiente para mí la dejé a Norma
tratando de comprar algo muy lindo pero a buen precio y me fui a conocer la Colegiata de Santa
María, de la que tenía noticia. Era muy interesante, de gótico mudéjar,
construida en el siglo XIV.
El próximo pueblo era Lagartera. Visitamos la casa de doña Pepa Alai, fina
artesana de famosos manteles, proveedora de la Casa Real de España y de
los Países Bajos. Compramos un mantel con ocho servilletas y un centro de mesa.
Seguimos sin parar hasta Toledo. Queríamos admirar el coro de la catedral
considerado el más grandioso de la cristiandad.
Con atención enfrentamos esa obra espléndida del siglo XVI. Está construida
en dos grandes planos, el coro bajo y el coro alto. La sillería tiene 72
sitiales y en la parte alta se muestran las genealogías de Cristo según los Evangelios
y en la baja, los santos de la iglesia.
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El coro de la catedral de Toledo
Toledo es la capital de Castilla y todo allí es monumental. Habíamos estado
en Toledo con papá en aquel viaje descubridor de 1950, cuando me decía que al
doblar de cualquier esquina podía aparecerte un cuchillero. Lo que yo recordaba
de entonces era que al atardecer el sonido de tantas campanas resonando,
parecía llevarte atrás, a siglos románticos y peligrosos. No teníamos reserva
en el Parador; nos quedemos en “Los Cigarrales” un hotel de cercanías. Desde la
ventana del cuarto teníamos una vista panorámica maravillosa del rio Tajo y de
la ciudad. Comimos una sopa castellana de ajo, aceite, pan y chorizo colorado y
después una codorniz estofada.
San Francisco. Museo del Greco
Admiramos los Grecos en el museo del gran pintor. Toledo fue declarada por la Unesco , Patrimonio de la Humanidad
Regresamos a Madrid cargando la emoción de las vivencias del camino
realizado. Hicimos una pausa y descanso en Madrid. Fuimos al teatro Alcázar a
una función protagonizada por nuestro Alberto Closas, tan querido en Buenos
Aires y la gran actriz española Amparo Rivelles. Disfrutamos la obra que era
“El Canto de los Cisnes”, pero nos llamó la atención que Closas tosía con mucha
frecuencia; pensamos que podía ser una exigencia de su papel. Esa noche fue su última
actuación. Pocos meses después Closas falleció en su amado Madrid.
Por segunda vez visitamos el Museo Sorolla. A Norma y a mí nos encanta ese
pintor valenciano. Fue uno de los primeros impresionistas españoles con una
temática reiterativa sobre playas, retratos de familia, costumbres y trajes. El
museo funciona en lo que fue la casa del pintor por muchos años. Sorolla
gustaba del aire libre, la playa, la captación de los efectos de la luz, sin
negro y sin contornos. Conseguimos una hermosa reproducción de su pintura
“Madre e hija en la playa” que nos acompaña en nuestra casa de Punta del Este.
Madre e hija en la playa.
Salimos de Madrid, hacia Cifuentes y La Olmeda , los pueblos de la familia Arbeteta en el
centro de la provincia de Guadalajara, a poco más de cien kilómetros de Madrid.
Esther conducía su auto, velozmente pero segura, mientras nosotros admirábamos la
actividad fabril de la periferia.
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