DECEPCIÓN
Ernesto Novarín era responsable de la distribución internacional de la
revista desde Buenos Aires. Unos meses comenzamos a recibir quejas de asociados
y suscriptores que no recibían la revista. Mi inteligente colaboradora Susan
Carman, viajó a Buenos Aires, hizo una hábil investigación y descubrió que Novarín
con la complicidad de un funcionario del sector internacional del correo, cada
mes elegían un destino de Asia o Europa, los de franqueo más caro y no hacían
el envío. El funcionario ponía el sello como enviado y se repartían el importe
no utilizado. Lo despedimos a Novarín y no hicimos la denuncia penal por
consideración a su mujer y a su hijo. Me dolió mucho la traición de Novarín,
que no era muy querido en la empresa pero yo siempre lo había defendido. Cuando
vino a trabajar conmigo era un humilde obrero gráfico. A él y familia los llevé
a vivir a USA, viajó a Europa; en fin, comió de mi pan y me mordió la mano. Fue
una gran decepción y una ingratitud que me hirió profundo. No fue la única ingratitud.
Tuve muchas y algunas muy dolorosas. Al poco tiempo de haber comprado el chalet
“Alborada” en Punta del Este contratamos una empleada que vivía en una villa de
emergencia y tenía tres hijos, cada uno de ellos de diferente padre. Nos la
recomendaron como honesta y trabajadora. Como yo tenía muy buena relación con
el intendente Burgueño y estaban construyendo un barrio de viviendas obreras le
solicite una para Blanca Sosa que así se llamaba la señora. Cuando el barrio
estuvo terminado Blanca tuvo su vivienda absolutamente gratis, hasta hoy.
Además estaba muy mal de la vista y no quería atenderse; era terca pero Norma
la convenció, la llevo al mejor oftalmólogo donde le recetaron unos anteojos
especiales y mejoro su vista notablemente. La ayudamos a amoblar la casa con
todos los muebles que sobraban o se renovaban en la Alborada. Trabajo
en casa más de quince años; ya se había puesto un poco gritona y mandona, pero
la soportábamos porque la apreciábamos y creíamos que era reciproco. Una mañana
que estaban en casa dos hermanas de Norma de pronto dijo de muy mal modo que no
nos aguantaba más y se iba. Trate de convencerla y saber que le pasaba pero no
me atendió. Era soberbia. Mi administradora arreglo sus cuentas y no la vimos nunca
más. Ya el gran Cervantes había dicho que la ingratitud es hija de las soberbia.
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