REVISTA “ESTO ES”
Durante los años de Montevideo del exilio en Montevideo yo escribía
artículos periodísticos para la
Revista “Esto Es” de Buenos Aires, que pertenecía al abogado,
Dr. Tulio Jacovella. Lo hacía con el seudónimo de Mariano Acebal a fin de no
comprometer al amigo empresario dueño de la publicación. En función de esa
tarea había conocido e iniciado amistad con el gran artista uruguayo Carlos
Páez Vilaró. Le hice una amplia nota de varias páginas que según Carlos le abrió
las puertas de Buenos Aires. Era un apasionado de los históricos negros lubolos
del tradicional barrio de Palermo, en Montevideo. Salía con ellos en los
carnavales, castigando con mano dura su propio tamboril arrancándole esas notas
rítmicas que se suman a otras lonjas templadas definiendo la personalidad de
cada comparsa. Cada barrio tiene su estilo que identifica al grupo con el
vaivén de sus bailarinas y el despliegue de sus banderas y sus trofeos. Carlos Páez
Vilaró, Carlitos, personaje inolvidable que fue un privilegio conocer. Me
regaló varios dibujos de la serie de candombes que llevé a una galería frente a
la Plaza Cagancha
de Montevideo para que me las encuadraran. Después, vino la revolución, nos
fuimos a Buenos Aires y en el torbellino de esos meses, por un tiempo, olvidé
las láminas. Cuando con Norma, en un viaje de Navidad a Montevideo, pretendimos
retirarlas, no las tenían ni las recordaban. Cómo no tenía un recibo porque
había confiado en la honestidad del negocio, las perdí. Creo que fueron
deshonestos. Lo sentí mucho, no se podían repetir.
Con Carlos nos volvimos a ver muchas veces, tengo cariño y la más profunda
admiración por él y pienso que es uno de los grandes embajadores sin cargo, que
tiene Uruguay. Lo sumo a otro gran admirado, también desde hace muchos años:
Carlos Maggi. A Maggi tuve el placer de conocerlo y tratarlo, allá por el año
56 cuando a veces tomábamos café, con mi compatriota Augusto Bonardo, en un bar
de la Avenida
18 de Julio, al lado de Radio Ariel que pertenecía al ex presidente Luis Batlle
Berres. Allí se juntaban además de Maggi, Jorge Batlle, Maneco Flores Mora y
otros de la lista 15 del partido colorado.
Carlos Páez Vilaró
El director de “Esto Es”, Dr. Tulio Jacovella, me pidió que le hiciera un
reportaje a don Luis Alberto de Herrera, el patriarca líder del partido blanco.
Me sobresalté. Herrera era el último gran caudillo del Río de la Plata , un personaje casi
místico del Uruguay. Le pedí ayuda a Flores Mora y con él armamos las preguntas
y el desarrollo de la entrevista. Fue una nota amplia, muy bien comentada,
incluso por don Luis Alberto que me hizo llegar un cálido saludo.
MI NORMA
Un día que me acerqué a la sala de dirección donde trabajaba Omar de Feo, me
encontré de pronto con una niña hermosa, delicada y elegante, sentada y
luchando frente a una máquina de escribir con la que no conseguía hacer
amistad. A su lado un cesto lleno de hojas de papel y carbónicos arrugados. Recuerdo
como hoy ese momento Vestía un trajecito dos piezas, color gris y una blusa
blanca de encajes, cerrada y recatada. La saludé y me respondió tímidamente. Se
llamaba Norma. No pensé que esa personita, pocos años después iba a ser mi
mujer y mi amor para siempre. Algo empezó a cantar en mi corazón.
Leyendo a Saramago un día encontré una frase que sentí mía: ”Eran como dos
seres que en el exacto momento en que finalmente se encontraron comprendieron que
se habían estado buscando”. Me atreví a invitarla a tomar el té cuando
terminaba su trabajo y aceptó. Fuimos a una esquina clásica de Montevideo que
era la Confitería
“Oro del Rhin”. La invitación se repitió muchas veces. Le encantaba la torta de
frutilla y siempre disfrutaba de abundante porción que equivalía a un día de mi
sueldo, mientras yo alegaba falta de apetito para disimular mi falta de dinero.
Conversábamos de política, de cine y de poesía. Me contaba de su familia, de su
mamá con ancestros portugueses y criollos y de su papá, Bianchi, de origen
italiano, general del ejército uruguayo y un oficial prestigioso y brillante
que siempre ascendió por concurso y fue condecorado con la Legión de Honor por Francia
y por otros países Norma había vivido con su familia en Francia y España donde
el general había sido agregado militar durante la segunda guerra mundial.
Cuando conocí a Norma recién habían llegado de Washington después de otra
misión diplomática Algunos días ella venía a la radio en el auto del padre, un
imponente Mércury negro, último modelo. Otros días yo la acompañaba caminando y
conversando, hasta su casa en el Boulevard Artigas, muy cerca de lo que es hoy la Estación de Tres Cruces.
Toda esa vasta área había pertenecido al bisabuelo de Norma, don Indalecio
Perdomo. Aún existe la hermosa mansión estilo español, de dos plantas y una
gran pérgola, construida por el arquitecto catalán Villamajó.
Le regalé el primer libro: “Toi et Moi” de Paul Geraldy, en francés, que yo
había traído de París y mamá, muy oportuna, me lo había mandado de Buenos
Aires. Norma había estudiado en el Liceo francés y vivido en Francia, y dominaba
el idioma.
En esa época yo siempre andaba con un libro bajo el brazo y todo momento
era bueno para leer aunque fuera un párrafo. Leía a los clásicos españoles,
Garcilaso de la Vega ,
Valle Inclán, Espronceda y a los poetas García Lorca, Machado y Rafael Alberti
y a los franceses Jean Paul Sastre, Camus, Valery y a todos los poetas
argentinos Sacaba libros de la biblioteca popular. Leí “El Embrujo de Sevilla”
del gran escritor uruguayo Carlos Reyles, a mi juicio no suficientemente
valorado. Me fascinó y fue una de las mejores páginas que leí nunca sobre la
mágica Sevilla
Un día, cuando estábamos llegando a su casa, Normita me invitó a entrar y
conocer a su familia. Acepte sin titubear. Una decisión que iba ser decisiva en
mi vida. La primera en darme una amable bienvenida fue su mamá, Serafina
Stilita Perdomo de Bianchi, una dama refinada y elegante. Era el mes de
noviembre de 1950. A
esa primera visita formal siguieron muchas otras, casi diarias, con cena
incluida. Conocí al general, sencillo, cálido y simpatizante de mi causa
antiperonista. Nos caímos bien mutuamente. Otras hermanas eran Mabel, de novia
con Roberto Iglesias, buen mozo, deportista y estudiante de arquitectura y la
hermanita más chica de la familia, una rubia graciosa que se llamaba Martha.
En otra oportunidad fui presentado a la abuela ya anciana y en silla de
ruedas y muy cariñosa conmigo, patriarca de la familia Después, a la hermana
mayor Nelly, recién casada con un oficial de la Fuerza Aérea.
Finalmente conocí a la última habitante de la casa, hermana menor de la mamá de
Norma. Nunca supe su nombre de pila, pero la llamaban Chita. Era flaquita,
bajita y más bien fea. Nunca la vi comer; pero siempre estaba tomando Coca
Cola. Tenía épocas depresivas. Una vez intentó suicidarse y se tiró de la
ventana de su cuarto en el segundo piso, pero tuvo la precaución de caer sobre
un frondoso hibisco que amortiguó su caída. Era un extraño personaje; como una
sombra que pululaba por la casa sin ruido. También había tías. Simpaticé con
una que llamaban “Nena”, muy católica. Había ido a un congreso de peregrinación
en la India y
se había impresionado tanto con la pobreza y la suciedad que entró en una
depresión de la que pocas veces salía. Se había casado con un pintor uruguayo
Orestes que vivía en Rio de Janeiro y allá se fue con él. Los visitamos en un
viaje que fuimos en auto, desde Montevideo, con Norma, Nelly y sus dos chicos,
Alberto y Mariano. Lo pasamos muy bien. Era carnaval, fuimos al desfile callejero
porque todavía no estaba construido el sambódromo. Fue el año en que la canción
temática fue “Tristeza”: “Tristeza nao tem fin, felicidade sim”. Orestes era un
maniático de la limpieza; cuando salíamos de la playa, antes de subir al auto,
nos cepillaba los pies para sacarnos la arena.
Lo máximo fue cuando mi protector y amigo Enrique De Feo, subdirector de
las dos radios, siempre queriendo ayudarme, me encargó nada menos que el
comentario del acto de asunción de las autoridades del primer gobierno
colegiado del Uruguay que encabezó el Dr. Martínez Trueba. Al principio me
sentí aterrado por esa responsabilidad, pero después, con la audacia que no me
faltaba, me largué al ruedo. Leí todo lo que estaba a mi alcance, hablé con
amigos politizados, busqué fotos para conocer las caras y salí adelante, usando
mi voz más seria y un poquito impostada. Debe haberlo hecho bien porque ni el
gobierno ni nadie se quejaron. Yo siempre le pedía a Norma que me escuchara y
me criticara, pero ella, enamorada, siempre me felicitaba.
DESCUBRIMIENTO DE PUNTA DEL ESTE
Me asignaron la conducción para radio Carve del Primer Festival
internacional de Cine de Punta del Este, creado por el gran Mauricio Litman,
responsable de la primera puesta en valor internacional del gran balneario
uruguayo. Se realizó en las instalaciones del Cantegril County Club y me
acompañaron en la transmisión Cristina Morán y Américo Torres. El cine mundial
se dio cita en Punta del Este y por primera vez en Sudamérica. Llegaron grandes
figuras como Walter Pidgeon, Gerard Phillipe, Jean Fontaine, Silvana Pampanini,
Ricardo Montalbán, Mirtha Legrand, Luis Sandrini, Odile Versois y otros. Inauguró
el certamen el presidente de Uruguay, Luis Batlle Berres.
Punta del Este era un pueblo que recién empezaba a crecer. Las únicas
calles asfaltadas eran Gorlero, la avenida Roosvelt que era angosta y el camino
que llevaba a la Barra
de Maldonado. La playa de la Olla
ya tenía ese nombre y enfrente se levantaba el edificio que conocimos como el
edificio de los árabes. Recién se había inaugurado el hotel San Rafael con
casino y de ahí hasta La Barra
eran arenales despoblados. En la
Barra no había hoteles y el único restaurante era el modesto
Pepe Corvina.
En el hotel San Rafael funcionaba la “boite” Le Carrouselle” y cantaba Dick
Farney. Uno de los días del festival le hice una nota periodística para radio
Carve a Mirtha Legrand y la envié a Montevideo. Pero el departamento comercial
de la radio tuvo la ocurrencia de venderla sin conocimiento ni el permiso de
Mirtha. Se irradió en un horario central como : “Máquinas de coser Singer
presentan a Mirtha Legrand ¡” La joven Mirtha se enteró e hizo el gran
escándalo acusándome a mí del hecho y haciéndome responsable. Desde entonces
cada vez que nos encontrábamos y delante de quien fuera, no vacilaba en
señalarme y acusarme en voz alta. Su queja era razonable, pero no era mi culpa.
Sería porque no participó de la venta?
En el exilio montevideano habíamos hombres de todos los ámbitos de la vida
argentina: empresarios, militares de las tres armas, profesionales estudiantes,
sindicalistas y políticos. La mayoría solteros, pero algunos con sus esposas o
parejas. En el comedor del diario “El Día” que generosamente nos abría sus
puertas al precio de sus propios trabajadores, nos encontrábamos casi
diariamente, en una mesa grande, con el ex diputado Agustín Rodríguez Araya, recordado
denunciante de la mafia de la lotería con los “niños” cantores; con Jesús
Fernandez, ex presidente del poderoso gremio de la fraternidad ferroviaria,
otros sindicalistas y varios otros hambrientos compañeros exilados. Eran mediodías
de amable intimidad con el tema recurrente de las noticias de Buenos Aires.
Entre todos los exilados vivíamos en una atmósfera de mutua simpatía, el
sentimiento que une a aquellos que comparten la misma idea o la misma lucha
política.
[1] Silvana Pampanini, ex Miss Italia. Actriz cinematográfica
de los años cuarenta y cincuenta entre otras películas filmó Esclava del Pecado
y La Bella de
Roma.
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