URUGUAY - EXILIO
Al fin llegamos a unos juncales que anunciaban la costa uruguaya. Nos aprestábamos a desembarcar cuando alguien nos día la voz de alto. Una sombra corpulenta con botas y escopeta preguntó quiénes éramos y que hacíamos. Ramón, tranquilo, le explicó que veníamos de parte del Sr. Nogueira y que éramos jóvenes estudiantes argentinos que buscábamos refugio Entonces la sombra se hizo hombre y nos dio la mano con una cordial bienvenida que nos sonó a gloria. Así nos recibía Uruguay! Nos explicó como cruzar el campo para llegar a la carretera principal. Nos despedimos agradecidos del valiente Ramón y le prometimos un corderito al hombre de la escopeta. Era de madrugada, pero aún oscuro.
Empezamos a caminar por el campo, sorteando pozos y zanjas, cruzando alambrados y esperando que los perros que ladraban a lo lejos no vinieran hacia nosotros. Al fin llegamos a la carretera. Lo primero que hicimos, temblando de frío, fue despojarnos del saco y el sobretodo y retorcerlos tratando de enjugarles el agua, sin mucho éxito, pero igual volvimos a vestirnos. Otra vez nos pusimos a caminar con la esperanza de encontrar un lugar donde secarnos y tomar algo caliente. Después de larga caminata que nos ayudó a entrar en calor, llegamos a un típico boliche del camino. Nos miraron con extrañeza y nos dijeron que estábamos cerca de la ciudad de Paysandú. Nos lavamos y arreglamos lo mejor posible y nos sentamos a descansar mientras saboreábamos con fruición un café con leche con galletas .Estábamos felices, nos sentíamos seguros y en tierra amiga. Yo nunca había estado en Uruguay. Sentíamos una mezcla de júbilo, esperanzas y curiosidad.
Por suerte Julio tenía algo de dinero uruguayo lo que nos permitió pagar al bar y tomar un ómnibus de la empresa COT hacia Montevideo. Fueron varias horas en las que no pude dormir por la excitación y la alegría que me embargaba. Llegamos a la estación terminal, en una simpática plaza que se llamaba Cagancha y preguntamos donde quedaba el Departamento de Policía.
Nos habían aconsejado que nos presentáramos de inmediato para solicitar asilo político. Fuimos atendidos de inmediato y muy amablemente, por un oficial cuyo nombre nunca olvidé: Cunningham, director del departamento de inteligencia, un señor! Unas horas después salíamos de la policía con cedula de identidad y residencia autorizada. Qué diferencia con la policía del otro lado del rio. De contentos parecía que teníamos alas en los pies. Éramos libres.
El pensamiento de nuestros padres y seres queridos, así como el de nuestros queridos compañeros encarcelados y torturados nos había acompañado siempre. Y ahora, desde Montevideo podríamos hablarles y tranquilizarlos sobre nuestro destino y paradero.
Julio habló a su casa y yo a la mía, enterándonos que los esbirros de la policía todavía estaban en nuestros hogares. Hasta cuándo?
Tomamos contacto con los uruguayos. No los conocíamos. Parecían argentinos, pero eran más discretos y amables. Nos abrían los brazos, con generosidad y sin preguntas.
Traíamos instrucciones de contactar a mi colega, el presidente el centro de estudiantes de derecho de la Universidad de Montevideo. Nos encontramos en un café frente a la facultad, con Claudio Williman, un rubio alto y jovial quien fraternalmente nos ofreció toda su ayuda. Nos acompañó a Radio Carve, para cuyo dueño yo traía una carta de presentación, mojada, pero aún legible. Era del padre de mi amigo, el gordo González Zaín, dirigente de la Asociación Interamericana de Radiodifusión, para su par Raúl Fontaina. Fue otro recibimiento cálido y muy predispuesto. Nos presentó al subdirector de la radio, quien luego sería buen amigo, Enrique De Feo. Café por medio, hizo llamar a otro argentino, Augusto Bonardo quién ya estaba trabajando de locutor y productor en la emisora y le pidió que con la gran experiencia que traía de Radio Splendid argentina me preparara para trabajar en la radio. Mi compañero de ruta, Julito Passerón, pensaba dar clases de inglés y francés que dominaba a la perfección. Todo lo que estoy contando sucedía durante nuestro primer día en Montevideo.
Bonardo nos llevó a la pensión donde él vivía, en la calle Rio Branco, justamente al lado del consulado de la República Argentina. Alquilamos una habitación, con desayuno, almuerzo y cena incluidos. Radio Carve nos salió de garantía porque no teníamos dinero. El desayuno era café con leche, pan y manteca y arroz con leche; el almuerzo, ensalada, algo más y arroz con leche. A la noche, una entrada y arroz con leche. Creo que comí arroz con leche para toda la vida.
LA RADIO
LA RADIO
Bonardo compartía su cuarto con un periodista deportivo, también argentino, Pastor Carrizo, que todos los años relataba la clásica Vuelta Ciclista del Uruguay por CX 24 La Voz del Aire. Nos juntábamos para practicar locución y la técnica del micrófono. Ensayaba colocar la voz y a pronunciar con claridad. No tenía una gran voz, pero si era culta y hasta agradable. Aprendí algo que no olvidé jamás y que muchos locutores de hoy debieran saber. Es normal la tendencia a bajar la voz al decir la última palabra de una oración dejando que el micrófono se coma el sonido. La solución es acentuar con decisión la última sílaba de la última palabra. Y me dio resultado.
Comencé como redactor de los noticieros de la radio deportiva CX 24 La Voz del Aire que funcionaba en el subsuelo del edificio. Cada media hora bajaba a leer lo que había escrito. La redacción estaba situada al lado del bar de la radio, separada por una pared vidriada, de modo que éramos testigos involuntarios de todo el movimiento del bar. Allí conocí a personas importantes del mundo de la radio, tales como Mariano Mores, Edmundo Rivero, Wimpi, Héctor Coire, Santiago Arrieta, Jorge Sobral y los uruguayos Juan Carlos Mareco (Pinocho), Juan Casanova, Donato Raciatti y su cantante Nina Miranda. Aún hoy, sigo pensando que Nina Miranda fue la mejor cantante de tangos que escuché en mi vida. Era un poco gordita y muy hermosa de cara. Para gran disgusto de Raciatti, un buen día abandonó a su marido y se fugó con el pianista de la orquesta. Justo para la letra de un tango.
De pronto, con Julio y otros exilados, tomamos conciencia de nuestra situación. Habíamos tenido que salir del país, forzados por circunstancias políticas, imprevistamente, sin tiempo de pensarlo ni reflexionar. Nos dimos cuenta de nuestro desamparo, a pesar de las ayudas y el cariño uruguayo Más que el tema de los recursos materiales, la angustia era más emocional. Se había producido un corte radical en nuestras vidas que costó mucho esfuerzo superar. Los nuevos amigos, el nuevo trabajo, nuevos hábitos, nuevo ambiente, poco a poco, desplazaban el reciente pasado y creaban las condiciones del triste desarraigo. Los amigos de Buenos Aires empezaron a ser amigos a la distancia. Me los robó el exilio y el tiempo. Nunca los recuperé. Pero también soy culpable, porque ocupado en la acción política y en la lucha cotidiana a mi regreso a la Argentina no los busqué, hasta encontrarlos como debí haber hecho. Ya es tarde. O se han ido de este mundo o estarán listos para reprocharme mi olvido.
Mamá, cuando podía, por intermedio de alguien que viajaba, me enviaba algunos dólares, que en buena parte se los llevaba la pensión. Me gustaba la experiencia periodística y hacía bien mi trabajo Al poco tiempo, el jefe del servicio, Pedro Puig, me asignó a la redacción y locución de algunos noticieros de la hermana mayor, Radio Carve, que entonces tenía la mayor audiencia del país.
Los noticieros más importantes de C X 16 Radio Carve a las 13 y a las 21 horas, estaban a cargo de Omar de Feo, prestigioso periodista que hizo época en Uruguay. Y yo tenía a mi cargo los que le seguían en importancia, a las 12, a las 20 y 22 horas y la síntesis de la medianoche.
Cuando no tenía servicio en la radio, algunas noches, después de comer liviano, nos reuníamos varios compañeros exilados en el histórico café “Tupi Nambá” que como tantos otros íconos del Montevideo antiguo, la piqueta, sin piedad, los demolió. Éramos jóvenes unidos por una misma pasión en esos años en que el tiempo está para gastarlo. Entre otras figuras de la política y de la cultura uruguaya allí tomaban café y charlaban sin prisas, el político blanco Haedo, el director del semanario “Marcha”, Dr. Quijano o el gran crítico de cine Alsina Thevenet.
En Radio Carve conocí a un exquisito poeta folklórico argentino que cumplía una gira artística. Admiraba su “Amanecida” o “Zamba para no morir”. Era nada menos que Hamlet Lima Quintana. Leí y admiré sus poesías como mi preferida “Gente”
GENTE
Hay gente que con sólo decir una palabra
enciende la ilusión y los rosales;
que con sólo sonreír entre los ojos
nos invita a viajar por otra zonas,
nos hace recorrer toda la magia.
Hay gente que con solo dar la mano
rompe la soledad, pone la mesa,
sirve el puchero, coloca las guirnaldas,
que con solo empuñar una guitarra
hace una sinfonía de entrecasa.
Hay gente que con solo abrir la boca
Llega hasta todos los límites del alma,
Alimenta una flor, inventa sueños,
hace cantar el vino en las tinajas
y se queda después como si nada.
Y uno se va de novio con la vida,
desterrando una muerte solitaria
pues sabe que a la vuelta de la esquina
hay gente que es así, tan necesaria.
Otro hombre muy importante que conocí y fue mi amigo y maestro en radio, fue un peruano exilado que un día recaló, como yo, en la generosa CX 16, Radio Carve de Montevideo. Fué Hugo Guerrero Marthineitz un sabio de la radio. Hasta entonces, el silencio en radio era un pecado. Si por alguna razón los locutores hacíamos lo que se llamaba “un bache” de inmediato, un llamado de la dirección, siempre en escucha, nos preguntaba qué pasó. Hugo nos enseñó que el silencio, como en la música, es una nota y que tiene un valor. Le daba valor al silencio, creaba expectativa, aumentaba el interés, era un silencio que hablaba. El oyente llenaba el silencio con su imaginación. Hugo tenía una hermosa voz grave y sonora y comenzaron a buscarlo para grabar anuncios. Uno de ellos, recuerdo, era para Naranja Crush. No cantaba, ni recitaba, pero musicalizaba el fraseo de las palabras. Era una técnica que nunca escuché en otro profesional.[1]
En sociedad con Augusto Bonardo organizamos una gira por varias ciudades del interior de Uruguay promocionando todos los productos de la Fábrica Uruguaya de Alpargatas, cuya publicidad estaba a mi cargo. Viajábamos en un ómnibus, nosotros como directores y administradores y el elenco artístico. En otro ómnibus, dos ayudantes, los telones y la escenografía. Un día se nos quedó empantanado un ómnibus en medio del campo y allí bajamos todos, en ropa interior a empujar hasta sacarlo del barro. Un arroyo cercano nos sirvió para lavarnos y seguir adelante. Dormíamos en hoteles baratos y comíamos sándwiches, pero todo lo tomábamos con buen humor. Las funciones lograron su objetivo promocional para las marcas. Fueron dos semanas de un poco de sacrificio pero también de amistad y diversión.
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