Mario Seoane
Memorias de una larga vida.
Mi refugio
miércoles, 30 de julio de 2014
miércoles, 25 de septiembre de 2013
ARGENTINA
HOY
Norma está obsesionada con los
problemas de la
Argentina. No puede evitarlo; allí viven María Andrea y
nuestros tres queridos nietos porteños. Cómo no preocuparnos!.
Reflexión
Final
Argentina es hoy el fracaso más
dramático del continente. En Harvard estudian sus crísis con mucho interés.
Analizan los desatinos de los gobernantes argentinos, pisoteando los mejores
valores de la sociedad, falsos populistas, mediocres, mentirosos, caraduras y
corruptos. Mientras Chile, Brasil, Perú y Uruguay abren sus puertas hacia el
futuro, el matrimonio gobernante en Argentina, nos detiene, no frena y nos
frustra.
Nadie mejor que el escritor Marcos
Aguinis para definr a la
Argentina cuando dice: “Fuimos ricos, cultos,educados y
decentes. En unas pocas décadas nos convertimos en pobres, mal educados y
corruptos.”
Agradecimiento
A mi amigo Walter Alvarez por su
invalorable y sabia colaboración en la edición de estas memorias.
En Punta del Este, mi paraiso
encontrado, agosto 2010
Gracias.
Es un hermoso dia de sol !!!
CALYPSO
Cuando decidimos con Norma que, definitivamente, Punta del Este iba a ser
el domicilio y lugar de retiro para nuestros últimos años, pensamos también que
nuestro chalet “Alborada” no tenía el confort suficiente para los días fríos y
húmedos del invierno, sumado a que el barrio de San Rafael podía ser un poco
inseguro dado su soledad en esos meses.
Pensando en el tema y recorriendo la península con Norma y María
descubrimos un lugar ideal. Era un edificio que recién se comenzaba a construir
al final de la Playa Brava ,
frente mismo a la pequeña Playa de los Ingleses. Tres buenos dormitorios, un
escritorio, piscina cubierta y loza radiante zonificada era lo que
necesitábamos para afrontar los futuros crudos inviernos. Lo compramos a medias
con María y fue la mejor inversión de los últimos años, porque fue una
inversión para la vida.
Frente al Calypso
Disfrutamos del Calypso. Frente a nuestras ventanas, las olas vienen y van
en su recorrido eterno y miramos el paso lejano de los pequeños pesqueros o los
grandes barcos pasando detrás de la isla de Lobos. El personal del edificio es excelente.
Atentos, amables y siempre bien dispuestos. Lo administra la tradicional
empresa de don Luis Sader, uno de los pioneros de Punta del Este. Siempre nos
vamos por dos o tres meses al verano, a la casa de María y Bill, en Chicago,
acortando el invierno de Uruguay. Y cuando en el verano vivimos en la Alborada , alquilamos
Calypso y eso paga las expensas e impuestos del año.
Cuando regresamos de USA, hacemos una etapa en casa de Andrea y los nietos
en Buenos Aires, y volvemos a Punta ansiosos por descubrir las primeras señales
de la primavera y los primeros pimpollos de rosas en la serenidad inmutable del
jardín.
Me enamoré de las rosas. Tenemos cuarenta y seis rosales. Nuestro asesor es
Octavio Sciandro, viverista y jurado internacional de rosas. Siempre me
gustaron, pero ahora las admiro y las amo. Por delicadas, por variadas, por
perfumadas y por silenciosas. Dan todo y no piden nada, más que riego y algún
nutriente. Sólo esperan que al cortarlas lo hagamos por el tallo que abajo
tenga cinco hojas para que puedan volver a florecer. Las rosas se acercan a la
perfección. Existen desde hace millones de años. Hallazgos arqueológicos
demostraron que las primeras rosas datan de épocas prehistóricas. Simbolizan la
copa de la vida, el alma, el corazón y el amor.
En la “Divina Comedia” Dante, representaba el paraíso con una gran rosa en
cuyo centro estaba su amada Beatriz. Y a la madre Teresa se la representa con
una rosa.
Norma cumplía ochenta años. Había que celebrarlo. Pensamos hacer una
reunión de amigos y familia en la casa de María en José Ignacio, pero la casa
aun no estaba preparada para una reunión amplia. Fue la muy querida Susana
Liberman que con su habitual generosidad ofreció un magnifico almuerzo en su
hermosa residencia. Vinieron de Chicago, María y Tommy,
de Buenos Aires, Andrea, Sebastian, Lucas y amigos, familia de Norma de
Montevideo así como todos los amigos que para el 15 de abril aun estaban en
Punta del Este. Después de palabras lindas de María yo tome el micrófono con
mucha emoción para hablarles a todos de lo que significaba Norma en mi vida,
cincuenta y ocho años juntos. Termine diciendo “Norma es lo mejor que me paso en mi vida “.
LOS AMIGOS
El jueves 22 de octubre del 2009 tuvimos un almuerzo en la “Alborada” para celebrar
mi ochenta y tres cumpleaños. Vino María de Chicago y Andrea y Lucas de Buenos
Aires.
Estuvieron casi todos los amigos del golf, Dieter Oldekop y Florencia,
Sylvain Rubinstein y Lidia, Elba Cuenca, Mirella Picciotto, sin Alberto que
está en San Pablo y Greta y Daniel Cohen, mi administradora y muy amiga Mabel
Santos y mi ex colaborador y amigo Charlie Kramer. No pudo venir Laila Badran.
Éramos unos veinte, hubo mucha charla, risas, muy buena comida con la ayuda de
nuestra eficiente Silvia, corrió el champagne y también tuve muchos regalos. Me
pregunté, como siempre, sí es un año más que he vivido o un año menos que me
queda por vivir.
Greta y Daniel Cohen, los dueños de las famosas tiendas “Lolita”son amigos
nuevos de estos últimos años en Punta, pero los sentimos como amigos de
siempre. Un día no dijeron “que nosotros éramos hojas nuevas en su árbol de la
amistad”. Lo agradecimos emocionados. Los queremos mucho.
Un verso anónimo dice:
“Contemos en nuestro jardín las flores
y no las
hojas que se marchitan
Contemos en
las noches las estrellas
y no las
sombras
Contemos en
la vida las sonrisas
y no las
penas
Y cada año
que cumplamos
Contemos la edad en amigos y no en años”.
Pensé que el hito de los ochenta y tres años, compartido con tantos amigos
entrañables podía ser una buena ocasión para detener el escrito de estas
memorias sencillas con las que quise contar algunas cosas de esta linda vida
que he vivido que tal vez no fue una vida importante, pero creo que ha sido
interesante. Pero cambié de idea, me quedan algunas cosas por contar.
El tiempo nos va cambiando los nombres. De chico era Bebe, después fui
Buncho Marito, Mario, señor Seoane, señor Mario y ahora soy don Mario, no sé si
por respeto o por vejez. María es una
profesional exitosa. María Andrea hizo las hazaña de criar sóla a tres varones
en el difícil Buenos Aires.
Ahora los nietos ya construyen su
vida: el mayor, Santiago es funcionario del congreso de la naciòn y técnico en
computaciòn, Tommy está y por graduarse en Chicago de Economista, Sebastián estudia
ciencias de la comunicaciòn , cine y fotografía y Lucas, aspira a ser un gran
Chef .A todos les tengo fé y confío en que tengan éxito pero, sobre todo, que
sean felices.
Aunque no me gusta pensarlo se que entré en la época que se llama vejez.
Una palabra deprimente y odiosa. Pero si le buscamos el lado bueno, es una
etapa propicia para la reflexión y la meditación. Lamento que sean ya muy pocos
los familiares o amigos con los que pueda recordar la vida y el mundo que hemos
vivido. A veces se da la ocasión y transcurren mañanas o tardes amables en que
conversamos y evocamos recuerdos y noticias de nosotros y de los nuestros.
Vienen las risas o se escapa alguna lágrima, porque la felicidad y la tristeza
no necesariamente se excluyen.
García Márquez dice que “los hombres no dejan de enamorarse cuando envejecen, sino que envejecen
cuando dejan de enamorarse”. Por eso yo viví enamorado de mi Norma aunque ella,
alguna vez, lo haya dudado.
Miro hacia atrás y me miro hacia adentro. Celebro mis aciertos y reconozco
mis errores que fueron muchos pero que, por suerte, solo me perjudicaron a mi. Alguna
vez leí que había que vivir siguiendo las S de sinceridad, sabiduría,
serenidad, sexo, sueños y sonrisas. Hice lo posible y no me fue mal. Otros dicen
que hay que vivir con las actitudes A, de Ánimo, amor, aprecio, amistad, y
acercamiento y huir de las D, de Depresión, desánimo, desesperación y
desolación. Nunca conocí ni sufrí las D.
Siempre me irritaron los “sabelotodo”. Los que siempre hablan como dando
clase y tratando de resaltar su superioridad en cualquier tema y hasta
levantando el dedito para darle más énfasis a su pretendida sabiduría. Y me
irritan también los que interrumpen y no saben escuchar. Un sabio proverbio
chino dice:“Si vas a hablar, que sea mejor
que el silencio” y nada menos que Shakespeare sentenció: “Es mejor ser el rey de tu silencio que esclavo de
tus palabras”.
Son tantos los que me acompañaron en las distintas etapas a lo largo de mi
vida que ya no están, que me parece que las cosas que me pasaron a mi, le
pasaron a otro que no fui yo. Otro que vivió con todos esos que se fueron, en
otro tiempo lejano y ajeno. Pero necesito contarlo, volver atrás, a las
alegrías y las tristezas, saborearlas hasta en sus amarguras, llorar lo que ya
lloré y reírme de lo que ya me reí. Busco con ansias a los poco sobrevivientes,
los que vivieron en ese tiempo y que fueron testigos de esos años y les hablo y
les pregunto y les escucho, como una forma de convencerme que ese tiempo pasado
existió.
Aprendí en carne propia que la gratitud no es una virtud frecuente. Un día
hice la lista corta de los que fueron desagradecidos y perversos conmigo y la
lista larga de los muchos que quise y me quisieron. Aquellos, aunque estén
vivos, para mi están muertos.
Yo se que hacerse viejo no significa hacerse sabio. Si sos idiota cuando
joven, cuando seas viejo solo serás un viejo idiota. Pero la experiencia de la
vida enseña, si somos capaces de aprender de los errores.
Trato de hilvanar en letras, con cierta coherencia, tantos recuerdos
acumulados que se agolpan en mi mente, reclamando que no los olvide, porque
todos se creen importantes; algunos, vanidosos, con más derecho que otros a
revivir y llegar a los ojos de quienes, algún día, lean estas memorias.
CLINICA FLENI
En Fleni teníamos un pequeño departamento para mí y Norma que siempre estuvo
a mi lado con su invariable apoyo.
Hubo muchos exámenes, estudios y evaluaciones hasta que determinaron un
plan de trabajos de rehabilitación en el gimnasio con los fisioterapeutas. Cada
mañana, con el desayuno, recibía el plan del día que se cumplía rigurosamente.
Iba y venía en silla de ruedas, que Norma empujaba ágilmente si los
transportadores se demoraban. Tuve que aprender a caminar como si fuera un
bebé. Me colocaban una faja colorada, que significaba peligro de caída, y el
terapeuta me sostenía de la faja para que yo diera mis primeros pasos, otra
vez, a los setenta y nueve años. Progresaba día a día y lo celebrábamos con
Norma como una gran conquista. Después empecé a subir y bajar algunos escalones
y a trabajar caminando en las paralelas. Cuando tenía que hacerlo con los ojos
cerrados se complicaba porque la vista es el principal elemento que forma el
equilibrio. Me hicieron rehabilitación con la ayuda de diferentes aparatos en
que los tenía que tratar de mantener el equilibrio monitoreado en la pantalla.
Después vino el trabajo duro en la bicicleta fija y finalmente para mi gran
alegría me sacaron a caminar al patio y al jardín. Cada pequeño progreso lo festejábamos
con alborozo, trabajaba con fe y con esperanzas, alimentadas cada día por la recuperación
que notábamos.
Tome conciencia de mi propio cuerpo, lo que los médicos llaman Eutonia. Me
propuse firmemente luchar para recuperarme y encontré energía para lograrlo. No
debía dejarme agobiar por el stroke que me había golpeado. No iba a dejar que
adelantara mi vejez y no bajé los brazos. Yo sabía que la vejez no es cuestión
de años sino un estado de ánimo. Por eso aquí estoy, tratando de terminar estas
memorias, dejando correr mis dedos en el teclado de mi compañera computadora un
día 6 de septiembre del 2010,
a pocos días de cumplirse cinco años de aquel ataque a
mi vida.
Pero volvamos a Escobar, a la Clínica Fleni y a mi trabajo de rehabilitación
acompañado de la incansable Normita.
Almorzábamos en el restaurante de la clínica un menú recomendado con poca
sal. Era duro estar rodeados por otros pacientes igual o mucho peor que yo.
Había casos patéticos. Jovencitos parapléjicos, alimentados en la boca un día
por su mamá, otro día por su papá. Hubo un caso que nos impactó terriblemente.
Una mujer joven, por una infección tuvo que ser amputada de sus manos y de sus
pies; sólo tenía muñones. La veíamos en el gimnasio haciendo sus ejercicios,
siempre sonriente y alegre. Le hacían una terapia especial de recuperación para
aprender a usar sus muñones. Un día la vi tratando de manipular una aguja de
coser. Un domingo fuimos a misa en la capilla de la clínica y ella comenzó a
cantar con una hermosa voz angelical. Ella sonreía y nosotros llorábamos de
emoción. Qué espíritu ¡ Qué maravilla! No supimos más de ella. Que Dios la
bendiga.
Aunque la clínica era hermosa, la atención
médica muy buena y el servicio excelente se nos hacía difícil convivir con
tanta tristeza.
Le pedí al neurólogo Dr.Buonamico si podía darme de alta de la clínica
porque físicamente me sentía mejor. Me aconsejó quedarme una semana más pero insistí
y nos fuimos. Agradecidos por la recuperación que había logrado en esa
institución pero ansiosos de salir de un escenario que nos encogía el corazón.
Viajamos en LAN a Buenos Aires. A mi lado, pasillo por medio se sentó el
gato Romero, uno de los más grandes golfistas profesionales de la Argentina. Fue tan
gentil que tuvo la amabilidad de darme su tarjeta y me pidió que lo llamara para
invitarme a jugar. Lamentablemente la extravié.
En sillas de ruedas fui hasta el remise que nos llevó a la casa de Andrea
en Belgrano. Me esperaban con otra silla para discapacitados que Andrea había
alquilado pero la rechacé y empecé a movilizarme sólo, despacio, buscando apoyo
en muebles y paredes.
La clínica Fleni me enviaba todos los días a un fisioterapeuta para
realizar los ejercicios indicados. Una tarde, María José, una querida amiga,
compañera de colegio de María, me ofreció llevarme a su club a probar de tirar
unas pelotas de golf. Para mi sorpresa y alegría pegué mejor de lo esperado y
no me caí, como temía.
A los pocos días decidimos irnos a Punta del Este, porque estaba seguro de
que en mi querida Alborada, entre los pinos y el jardín me iba a sentir mejor.
Y así fue. Todos los días venía un profesional a dirigir mis ejercicios hasta
que un día me animé pedirle a mi amigo y apreciado vecino Dieter Oldekop si me
acompañaba a Cantegril, mi añorado club, donde había ganado tantos torneos y
donde hasta había hecho mi inolvidable hoyo en uno. Salimos en carro, lógicamente,
pero en el hoyo tres, al subir la pequeña barranca que lleva al green me caí en
el césped. Y no fue la última vez; otro día, también acompañado por Dieter, en
el green de práctica, perdí el equilibrio y me derrumbé sobre un gran macizo de
margaritas, que Miguel, el jardinero del club, cuidaba con amor. Dieter me levantó,
pero el perfil de mi cuerpo quedó dibujado entre las flores aplastadas.
Volví al golf, casi regularmente. El club me adjudicó un nuevo handicap de
28 y me despedí con nostalgia de los 19 que tenía anteriormente. Gané dos
torneos en la nueva categoría, pero había vuelto a ser un principiante.
EL ACCIDENTE CARDIO VASCULAR
Había concertado una cita en un bar del centro con un matrimonio dueños de
una inmobiliaria, precisamente para hablar de esa tierra de mamá. Conversamos
un rato y cuando quise levantarme la pierna izquierda no me respondió; apoyé el
brazo izquierdo y tampoco, pensé que algo me estaba pasando. Pedí que me
llevaran a un hospital de emergencia y las personas que estaban conmigo
llamaron un taxi y me ayudaron a subir pero no me acompañaron. En ningún
momento perdí el conocimiento, sino que, por suerte conservé mi lucidez. Estaba
sólo, desoladamente sólo! No recuerdo que me hicieron en el hospital. Si
recuerdo que dos chicas, estudiantes de medicina, estuvieron siempre a mi lado
tratando de darme ánimos. Ojala supiera como agradecerles!
Pasaron varias horas hasta que un médico se acercó decirme que yo
necesitaba internarme. Le pedí que me consiguiera donde y al rato volvió
diciéndome que en la
Clínica Allende , no había lugar pero que me había conseguido
en la Clínica Cayasa.
Me llevaron en ambulancia a esa clínica y en el camino sonó ml celular que en
el bolsillo. Era mi amigo Gabriel Oliva que quería postergar un viaje que
habíamos programado a su estancia para el próximo fin de semana. Le dije que
Dios ya me lo había postergado y que por favor avisara a mi hija Andrea en
Buenos Aires. Era el 19 de septiembre del 2005
Andrea estaba en Buenos Aires pero Norma estaba en Miami y María en París.
No sé como hicieron pero al otro día a la tarde mis tres amores estaban conmigo
y yo lloraba de felicidad a pesar de mi angustia
Estuve en esa clínica una semana en terapia intensiva pero no me acuerdo
nada de esos días. Solamente el momento en que el amable director me vino a ver
para decirme que yo había salido de peligro pero que necesitaba una internación
en una clínica especializada en rehabilitación y que me recomendaba Fleni, a su
juicio la mejor de Sudamérica y que ya había hecho mi reserva.
VIAJE A CORDOBA
Un poco aburrido de Miami, decidí volver a Argentina unos días antes que
Norma e ir a conocer una famosa cancha de golf en la provincia de Córdoba.
Norma quiso disuadirme, sin éxito. En mi favorita American Airlines y después
LAN Chile llegué a la histórica provincia, Cuna de grandes golfistas.
Al día siguiente alquilé un auto y me dirigí a la ciudad de La Cumbre a donde tenía unos terrenos
y donde había una renombrada cancha de golf. La cancha me decepcionó porque por
falta de riego estaba amarilla y reseca. No jugué, volví disfrutando de los sinuosos
caminos entre las sierras. Encontré los terrenos que muy poco valían y muy poco
habían progresado. Los dejé en venta en una inmobiliaria. Seguí para buscar
otros terrenos que había comprado mamá y que nunca habíamos visitado. Aunque
había llevado los planos no fue fácil encontrarlos. Era una zona muy despoblada
y finalmente, en una modesta inmobiliaria me orientaron, al mismo tiempo que me
adelantaron que esas tierras valían poco y nada. Ya preparado y desanimado las
recorrí. Ni caminos había. Ninguna obra de mejoras se había hecho en casi
treinta años. Evidentemente la habían estafado a mamá y lo peor era que el
vendedor había sido un amigo de mi hermano en quién mamá había confiado. Fué un
gran disgusto no por lo que hubiera esperado de su valor sino por el enojo que
me dió esa canallada de la que mamá ya muerta nunca supo. Volví hacia Córdoba
mascullando mi bronca contra quien se había aprovechado de la ingenuidad de
mamá.
Al otro día pensaba ir a conocer y jugar en la cancha de Potrerillo de
Funes, una de las más hermosas de la Argentina. Hacía
tiempo que tenía esa ilusión.
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