Mi refugio

Mi refugio
Alborada

miércoles, 19 de diciembre de 2012


LUNA DE MIEL


El general nos prestó su Mercury y con él salimos de luna de miel. Con los pocos recursos que teníamos no podíamos ir muy lejos de modo que elegimos ir a La Coronilla, una playa, al norte, cerca de la frontera con Brasil. En el camino nos sorprendió una fuerte lluvia y, para peor tuvimos una pinchadura en la cubierta de la rueda delantera derecha. Empecé a trabajar en el cambio de rueda pinchada por la de auxilio y me puse un pañuelo de Norma, grande y de colores, en la cabeza. Estaba agachado en mi tarea, bajo la lluvia, cuando se para al lado otro auto con dos jóvenes y uno me pregunta “Puedo ayudarla señorita “¿Levanté la cabeza y les contesté “ No, gracias “ sonriendo. Sorprendidos, siguieron su camino.

No sé porqué elegimos un lugar de playa, porque era el mes de junio, pleno invierno. Tal vez la idea fue estar solos y disfrutar de esa soledad. Y efectivamente, los dos primeros días éramos los únicos huéspedes del hotel.

Bien abrigados jugábamos a las bochas que se nos escapaban de las manos frías. Norma, muy orgullosa, casi siempre me ganaba. Caminábamos por la playa con pulóveres y sobretodo. Llego al hotel una pareja joven, también recién casados. Como no tenían auto, Normita los invitó a ir a la frontera y hacer algunos paseos con nosotros.

Una noche los invitamos a charlar y vinieron a nuestro cuarto trayendo un frasco con arenques en escabeche que les había preparado la mamá judía. Sin querer, al abrirlo de golpe, me saltó encima todo el Jugo de la vinagreta y un pedazo de arenque. Llevaba puesto un precioso blazer azul que había estrenado para ese viaje. Fueron inútiles todos los intentos por sacarle el olor a pescado que le había quedado. Finalmente, con pena pero resignados lo tiramos a la basura.

Después de las comidas, con Normita nos tomábamos un Cointreau, licor que, además de delicioso, era siempre una ayuda en nuestra lucha contra el frío.
 

 

 
 
Pescando con sobretodo.
 
                                  Albertito, el primer nieto del general Bianchi.              
Habíamos alquilado un pequeño departamento en el coqueto barrio de Pocitos, a dos cuadras de la playa y lo equipamos con sencillez, pero, con el buen gusto de Norma. Entonces yo estaba trabajando en la Fábrica Uruguaya de Alpargatas, como sub jefe de propaganda y publicidad, aunque seguía haciendo algunos trabajos de producción para Radio Carve. Manejaba una pequeña camioneta de la fábrica, con mucha independencia, lo que me permitía ir a almorzar con Norma casi todos los días y hasta ir un rato a la playa. Estábamos tranquilos y felices. Yo no le comentaba a Norma para no inquietarla, pero sabía que algo se preparaba en la vecina orilla argentina.

 

 

EL CASAMIENTO


 

La relación con Norma seguía con entusiasmo. Ambos nos sentíamos felices y disfrutábamos de cada momento. Un día me decidí a pedir su mano. Recuerdo bien que esa tarde, sentado en un sillón de terciopelo rojo del living, daba vuelta a un Long play en la mano, como si en su etiqueta pudiera encontrar las palabras adecuadas para la petición. Fue Fina, la mamá de Norma, la que me sacó del pozo, con palabras alentadoras que me dieron un si implícito. Desde ese día memorable pasaron dos años de noviazgo formal hasta que decidimos casarnos.

Papá y mamá poco me podían ayudar así que necesitaba un crédito para comprar muebles y otras cosas. Acudí a algunos políticos exilados que amablemente se excusaron, excepto uno, que no era de mi partido pero había conocido a papá cuando fue ministro de gobierno en la provincia de Buenos Aires. Me dijo:.- “Mario, vea la cantidad que necesita ,cruce enfrente al Banco Comercial, y vuelva que yo le firmo, la solicitud como garantía” .” Ese Señor, con mayúscula, era el Dr. Vicente Solano Lima; años después vicepresidente de la República Argentina, acompañando a Héctor J. Cámpora y luego en el tercer mandato de Perón, secretario general de la presidencia. Fue un buen amigo y un ilustre argentino, injustamente olvidado.
                                                            La ceremonia civil

Nos caso el padre Jemmy, amigo de la familia, en la iglesia de Nuestra Señora de Lourdes el 10 de junio de 1951. Dicen que nos cruzábamos inefables miradas de amor.

La noche del día del casamiento civil fue la primera vez que salimos solos Norma y yo, sin chaperona. Sencillamente fuimos a un restaurante alemán a comer salchichas con chucrut y unas cervezas. Comenzaba nuestra felicidad como pareja. No imaginamos que iba a ser una vida tan larga, siempre juntos, sin interrupciones, ni conflictos graves por tantos años. Fue una gracia que Dios nos concedió y a la que Norma mucho contribuyó con su paciencia, su tolerancia y su amor persistente.        

Perón, enojado con la protección que Uruguay daba a los argentinos exilados, había prohibido viajar a Uruguay. Mis padres y mi hermano Tito Livio, tuvieron que volar a Porto Alegre, en Brasil y de allí a Montevideo. Mi suegro, el general, nos hizo una gran fiesta, con una muchedumbre de invitados, entre ellos políticos y militares de ambas orillas.

                                                    Saliendo de la Iglesia

                                                  Cortando la torta, con mis suegros

                                       Mamá feliz y atrás, el Padre Jemmy

                                                                    Papá y mamá