Mi refugio

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Alborada

miércoles, 7 de marzo de 2012

FUBA, LA REVOLUCION

FUBA

Al regreso de Europa me esperaba en Buenos Aires un clima de descontento

estudiantil, con medidas del Ministerio de Educación y la falta de libertad en el gobierno

de Perón. A comienzos de 1951 fuimos invitados a varias reuniones en las que

convergían militares, políticos, algunos sindicalistas y dirigentes estudiantiles, agrupados

en la Federación Universitaria de Buenos Aires, conocida por FUBA. Se conspiraba y se

hablaba de revolución. Nuestro Centro de Estudiantes era vigilado por policías en la

puerta y agentes de civil que presenciaban, sin ser invitados, nuestras reuniones y

asambleas. La FUBA decidió crear un comité secreto de emergencia para conducir la

acción estudiantil del cual formé parte por mi militancia y por ser presidente del Centro de

Estudiantes de la Facultad de Derecho.


La comisión directiva que yo presidía la integraban grandes compañeros que

después fueron eminentes argentinos, como el historiador Félix Luna, el embajador

Roberto Etchepareborda, Alcides Pérez Gallart, Milo Gibaja, Edmundo Eichelbaum, Issay

Klasse y otros. Eichelbaum fue el último de ellos con quien estuve conversando, en la

madrugada del día anterior a la fuga. Issay despertó mi gusto por la música clásica,

haciéndome escuchar en su casa “Tocatta y Fuga” de Bach” y me descubrió al gran

pintor Petorutti mostrándome y describiéndome un cuadro que colgaba en su habitación.

La picazón de la política me ocupaba y absorbía. Éramos estudiantes de diversas

ideologías: pero mayoría de centro-izquierda: radicales, socialistas, demócratas,

comunistas e independientes. Estaban próximas las elecciones de 1946 para presidente

de la república y la opinión se polarizaba entre la coalición de la Unión Democrática con

la formula Tamboríni-Mosca y el surgente general Perón con un viejo radical, converso,

que tenía el pintoresco nombre de Hortensio Benjamín Quijano, como vicepresidente.

A pesar que la Unión Democrática contaba con el apoyo de los diarios y las

radios, (aun no había televisión) Perón, triunfó. Tanto era el deseo de cambio que tenia la

gente en Argentina.

El gobierno de Perón había encarcelado al diputado nacional Ricardo Balbín,

presidente de la Unión Cívica Radical, el más importante partido opositor y al cual yo

pertenecía. Organizamos un agresivo reclamo, pidiendo su libertad, coordinando actos

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Encuentros, Félix Luna, pag.451

“relámpago” en esquinas importantes del centro de la ciudad, a las que nos citábamos y

convocábamos secretamente. Entonces todavía no había internet ni emails. Cuando

llegaba la policía, nos dispersábamos rápidamente mezclándonos con los transeúntes.

Poco tiempo después Balbín fue puesto en libertad. Me sentía un revolucionario. Muchos

años después leí: “Si a los 18 no eres revolucionario, no tienes corazón, pero si a los 40

sigues siendo revolucionario, no tienes cabeza”

Cuando murió Perón, Balbín dio una lección de grandeza al despedirlo en nombre

de la Unión Cívica Radial, dijo- “Un viejo adversario viene a despedir a un amigo”.

Cuántos amaneceres nos encontraron en la mesa del café de Las Heras y

Pueyrredón, conversando, discutiendo y planeando para una mejor Argentina y un mundo

feliz. A veces venía a la mesa algún político de los que admirábamos como el reformista

Gabriel del Mazo.
12 Los escuchábamos con atención, en largas noches de connivencia

intelectual.

LA REVOLUCION

Avanzaba la conspiración antiperonista. La primera reunión del comité de

emergencia de la Federación Universitaria Argentina fue en la ciudad de Córdoba,

histórica cuna de la Reforma Universitaria. Por unanimidad decidimos sumarnos al

movimiento revolucionario que, ya sabíamos, sería encabezado por el General

Menéndez.

El Dr. Miguel Ángel Zabala Ortiz, diputado nacional que después fue Ministro de

Relaciones Exteriores, era uno de nuestros contactos políticos. Nos pidieron organizar

una volanteada masiva en varios pueblos del gran Buenos Aires, simultánea con otras

acciones de grupos antiperonistas y los gremios ferroviarios en huelga. Salimos una

noche fría de principios de agosto de 1951 en el automóvil de José Luis Azarola Saint,

hijo del agregado cultural de Uruguay en la Argentina. En el grupo, además de Azarola,

venían Félix Luna, Felipe Lunardello y Emilio Gibaja.
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Cruzando la estación de tren de José Luis Suarez en los alrededores de Buenos

Aires, nos sorprendió la policía. Pudimos escapar pero, alcanzaron a tomar el número de

la chapa del auto. Pronto descubrieron a quien pertenecía. Esa misma madrugada la

policía allanó la casa de Azarola. El episodio terminó con la carrera diplomática del papá

de mi compañero que era un gran señor al que yo admiraba y sentí mucho haberle

causado ese gran disgusto. Probablemente fue uno de los primeros desencuentros entre

la diplomacia de Uruguay y Argentina.

La policía obtuvo los nombres de todos nosotros; las casas fueron allanadas y

todos apresados excepto yo. Cuando la policía fue a buscarme a mi casa, en Olivos, no

me encontraron porque yo había ido a Avellaneda donde se reunía la convención

nacional de la Unión Cívica Radical para elegir la fórmula presidencial en las próximas

elecciones. Muy tarde llamé a casa para darles la noticia a mis padres de que se había

elegido la formula Balbín –Frondizi y me atendió una voz extraña. Pensando que me

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El movimiento de la reforma universitaria se inició en la universidad nacional de Córdoba en 1918,

liderada por Deodoro Roca, Arturo Orgaz y otros líderes estudiantiles. Se extendió luego a otras

universidades del país y de América Latina. Entre sus principios se encuentran la autonomía

universitaria, el cogobierno, la periodicidad de las cátedras, y los concursos de oposición y antecedentes.

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Frente al horror de la picana, Félix Luna,. La Nación .Buenos Aires pag,9, 14/2/2005

había equivocado, volví a llamar y esta vez me atendió mamá con una voz temblorosa en

la que descubrí que la policía ya estaba allí. Alcancé a enviarle un beso y decirle que no

se preocupara y corté antes que pudieron descubrir de donde llamaba. Subí al estrado de

la reunión y le informe al Dr. Ricardo Balbín. Ahí se puso en marcha toda una red de

protección cuyo cerebro era el Dr. Arturo Frondizi y que ya estaba funcionando con otros

perseguidos. El primer lugar de escondite fue la casa de un dirigente del partido, el Dr.

Ricardo Berri, conocido médico en La Plata. Siguieron otros domicilios de inolvidables

amigos como Bernardo Larroudet, Mariano Wainfeld y Alberto Candiotti, De un lugar a

otro siempre me trasladaba Raúl Gargione, el valiente y fiel chofer de Frondizi. A todos

ellos, mi recuerdo y mi homenaje.

Tuve orden de captura desde el 2 de agosto de 1951 hasta febrero de 1954 en

que fue levantada por el juez federal Francisco Menegazzi.

Mi situación se agravó porque mis compañeros detenidos, ante las presiones y

torturas, se pusieron de acuerdo para asignarme a mí la mayor responsabilidad del

hecho. Hicieron muy bien, pero eso agravó mi situación y me buscaban con ahincó.
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Ante el peligro de mi apresamiento Frondizi decidió que me fuera al Uruguay. El

primer paso fue viajar a Entre Ríos. Lo hicimos junto a otro compañero de los grupos

antiperonistas, Julio Passerón, estudiante de 5º. Año y dirigente estudiantil de la Facultad

de Filosofía y Letras. Llegamos a la ciudad de Paraná donde nos recibió el hermano del

diputado nacional Raúl Uranga. Nos llevó por una noche a una quinta en las afueras de la

ciudad y al día siguiente pasamos a manos del senador provincial Dr. Emilio Poitevín

quien nos ubicó en una chacra en Villaguay, pequeña ciudad en la costa del rio Uruguay.

Ya habían pasado dos semanas desde que comenzaron mis peripecias y seguía

vestido de político, con traje y sobretodo azul, camisa blanca, que ya era gris y medias,

zapatos y sombrero negros. Lo menos apropiado para esas peripecias. Un día,

caminamos hasta un pequeño arroyo cercano, nos desnudamos, lavamos toda la ropa y

la tendimos al sol. Que ridículos pareceríamos atravesando el campo con esa arrugada

ropa ciudadana.

Dormíamos bajo un techo de chapas, sin paredes. Los murciélagos, volaban

raudos, a nuestro alrededor toda la noche.

El dueño de la chacra, don Cristóbal Nogueira, era hombre de campo, entrerriano

de pura cepa A Julio y a mí nos gustaba conversar con ese viejo radical. En nuestro

aburrimiento, empezamos a notar que el castellano de don Cristóbal tenía visos un poco

clásicos, era casi un castellano antiguo y había cierta musicalidad en sus frases

lacónicas. Era un campesino y un señor.

Una mañana, don Cristóbal nos despertó con una rosa en cada mano, de parte de

su mujer. Nos pedía disculpas, pero quería que nos fuéramos porque estaba en plena

menopausia, muy nerviosa y asustada por nuestra presencia. Un poco avergonzado, nos

llevo en su viejo sulki a otro destino en nuestra fuga. Era una pequeña casilla en la costa

del rio Uruguay, refugio de pescadores cuando había mal tiempo. Teníamos unas latas

con salchichas, unas galletas y un bidón con agua. Como en casi todos nuestros

escondites, el ir al baño era siempre a cielo abierto, en pleno campo .Ya nos habíamos

acostumbrado.

La tercera noche llovía fuerte cuando alguien golpeó la puerta. Era Ramón, el

pescador a quien le habían encomendado que nos cruzara a Uruguay. Nos dijo que esa

noche era la oportuna porque con la tormenta sería más fácil eludir la vigilancia de las

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Promediados los cuarenta, José Luis de Imaz, pag.89.

lanchas de la prefectura argentina. Embarcamos en su bote isleño, con casco en forma

de V y Ramón nos hizo acostar en el fondo, angosto y mojado.

Silenciosamente, empezó a remar hacia la vecina orilla. Cada vez que la pala del

remo salía del agua, el viento desparramaba el agua que empapaba cada más mi traje y

mi sobretodo

El pescador remaba en sesgo para enfrentar la fuerte corriente que lo tiraba río

abajo. El ancho del río era de unos ochocientos metros pero tardamos más de una hora

en la travesía. La oscuridad era total, nos manteníamos en silencio, no sé si porque nos

los había pedido Ramón o porque el frío nos enmudecía. No recuerdo si en algún

momento, durante el cruce, tuvimos miedo. Creo que no.

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