Mi refugio

Mi refugio
Alborada

miércoles, 14 de marzo de 2012

URUGUAY - EXILIO y LA RADIO

URUGUAY - EXILIO


Al fin llegamos a unos juncales que anunciaban la costa uruguaya. Nos aprestábamos a desembarcar cuando alguien nos día la voz de alto. Una sombra corpulenta con botas y escopeta preguntó quiénes éramos y que hacíamos. Ramón, tranquilo, le explicó que veníamos de parte del Sr. Nogueira y que éramos jóvenes estudiantes argentinos que buscábamos refugio Entonces la sombra se hizo hombre y nos dio la mano con una cordial bienvenida que nos sonó a gloria. Así nos recibía Uruguay! Nos explicó como cruzar el campo para llegar a la carretera principal. Nos despedimos agradecidos del valiente Ramón y le prometimos un corderito al hombre de la escopeta. Era de madrugada, pero aún oscuro.
Empezamos a caminar por el campo, sorteando pozos y zanjas, cruzando alambrados y esperando que los perros que ladraban a lo lejos no vinieran hacia nosotros. Al fin llegamos a la carretera. Lo primero que hicimos, temblando de frío, fue despojarnos del saco y el sobretodo y retorcerlos tratando de enjugarles el agua, sin mucho éxito, pero igual volvimos a vestirnos. Otra vez nos pusimos a caminar con la esperanza de encontrar un lugar donde secarnos y tomar algo caliente. Después de larga caminata que nos ayudó a entrar en calor, llegamos a un típico boliche del camino. Nos miraron con extrañeza y nos dijeron que estábamos cerca de la ciudad de Paysandú. Nos lavamos y arreglamos lo mejor posible y nos sentamos a descansar mientras saboreábamos con fruición un café con leche con galletas .Estábamos felices, nos sentíamos seguros y en tierra amiga. Yo nunca había estado en Uruguay. Sentíamos una mezcla de júbilo, esperanzas y curiosidad.
Por suerte Julio tenía algo de dinero uruguayo lo que nos permitió pagar al bar y tomar un ómnibus de la empresa COT hacia Montevideo. Fueron varias horas en las que no pude dormir por la excitación y la alegría que me embargaba. Llegamos a la estación terminal, en una simpática plaza que se llamaba Cagancha y preguntamos donde quedaba el Departamento de Policía.
Nos habían aconsejado que nos presentáramos de inmediato para solicitar asilo político. Fuimos atendidos de inmediato y muy amablemente, por un oficial cuyo nombre nunca olvidé: Cunningham, director del departamento de inteligencia, un señor! Unas horas después salíamos de la policía con cedula de identidad y residencia autorizada. Qué diferencia con la policía del otro lado del rio. De contentos parecía que teníamos alas en los pies. Éramos libres.
El pensamiento de nuestros padres y seres queridos, así como el de nuestros queridos compañeros encarcelados y torturados nos había acompañado siempre. Y ahora, desde Montevideo podríamos hablarles y tranquilizarlos sobre nuestro destino y paradero.
Julio habló a su casa y yo a la mía, enterándonos que los esbirros de la policía todavía estaban en nuestros hogares. Hasta cuándo?
Tomamos contacto con los uruguayos. No los conocíamos. Parecían argentinos, pero eran más discretos y amables. Nos abrían los brazos, con generosidad y sin preguntas.
Traíamos instrucciones de contactar a mi colega, el presidente el centro de estudiantes de derecho de la Universidad de Montevideo. Nos encontramos en un café frente a la facultad, con Claudio Williman, un rubio alto y jovial quien fraternalmente nos ofreció toda su ayuda. Nos acompañó a Radio Carve, para cuyo dueño yo traía una carta de presentación, mojada, pero aún legible. Era del padre de mi amigo, el gordo González Zaín, dirigente de la Asociación Interamericana de Radiodifusión, para su par Raúl Fontaina. Fue otro recibimiento cálido y muy predispuesto. Nos presentó al subdirector de la radio, quien luego sería buen amigo, Enrique De Feo. Café por medio, hizo llamar a otro argentino, Augusto Bonardo quién ya estaba trabajando de locutor y productor en la emisora y le pidió que con la gran experiencia que traía de Radio Splendid argentina me preparara para trabajar en la radio. Mi compañero de ruta, Julito Passerón, pensaba dar clases de inglés y francés que dominaba a la perfección. Todo lo que estoy contando sucedía durante nuestro primer día en Montevideo.
Bonardo nos llevó a la pensión donde él vivía, en la calle Rio Branco, justamente al lado del consulado de la República Argentina. Alquilamos una habitación, con desayuno, almuerzo y cena incluidos. Radio Carve nos salió de garantía porque no teníamos dinero. El desayuno era café con leche, pan y manteca y arroz con leche; el almuerzo, ensalada, algo más y arroz con leche. A la noche, una entrada y arroz con leche. Creo que comí arroz con leche para toda la vida.

LA RADIO

Bonardo compartía su cuarto con un periodista deportivo, también argentino, Pastor Carrizo, que todos los años relataba la clásica Vuelta Ciclista del Uruguay por CX 24 La Voz del Aire. Nos juntábamos para practicar locución y la técnica del micrófono. Ensayaba colocar la voz y a pronunciar con claridad. No tenía una gran voz, pero si era culta y hasta agradable. Aprendí algo que no olvidé jamás y que muchos locutores de hoy debieran saber. Es normal la tendencia a bajar la voz al decir la última palabra de una oración dejando que el micrófono se coma el sonido. La solución es acentuar con decisión la última sílaba de la última palabra. Y me dio resultado.
Comencé como redactor de los noticieros de la radio deportiva CX 24 La Voz del Aire que funcionaba en el subsuelo del edificio. Cada media hora bajaba a leer lo que había escrito. La redacción estaba situada al lado del bar de la radio, separada por una pared vidriada, de modo que éramos testigos involuntarios de todo el movimiento del bar. Allí conocí a personas importantes del mundo de la radio, tales como Mariano Mores, Edmundo Rivero, Wimpi, Héctor Coire, Santiago Arrieta, Jorge Sobral y los uruguayos Juan Carlos Mareco (Pinocho), Juan Casanova, Donato Raciatti y su cantante Nina Miranda. Aún hoy, sigo pensando que Nina Miranda fue la mejor cantante de tangos que escuché en mi vida. Era un poco gordita y muy hermosa de cara. Para gran disgusto de Raciatti, un buen día abandonó a su marido y se fugó con el pianista de la orquesta. Justo para la letra de un tango.
De pronto, con Julio y otros exilados, tomamos conciencia de nuestra situación. Habíamos tenido que salir del país, forzados por circunstancias políticas, imprevistamente, sin tiempo de pensarlo ni reflexionar. Nos dimos cuenta de nuestro desamparo, a pesar de las ayudas y el cariño uruguayo Más que el tema de los recursos materiales, la angustia era más emocional. Se había producido un corte radical en nuestras vidas que costó mucho esfuerzo superar. Los nuevos amigos, el nuevo trabajo, nuevos hábitos, nuevo ambiente, poco a poco, desplazaban el reciente pasado y creaban las condiciones del triste desarraigo. Los amigos de Buenos Aires empezaron a ser amigos a la distancia. Me los robó el exilio y el tiempo. Nunca los recuperé. Pero también soy culpable, porque ocupado en la acción política y en la lucha cotidiana a mi regreso a la Argentina no los busqué, hasta encontrarlos como debí haber hecho. Ya es tarde. O se han ido de este mundo o estarán listos para reprocharme mi olvido.
Mamá, cuando podía, por intermedio de alguien que viajaba, me enviaba algunos dólares, que en buena parte se los llevaba la pensión. Me gustaba la experiencia periodística y hacía bien mi trabajo Al poco tiempo, el jefe del servicio, Pedro Puig, me asignó a la redacción y locución de algunos noticieros de la hermana mayor, Radio Carve, que entonces tenía la mayor audiencia del país.
Los noticieros más importantes de C X 16 Radio Carve a las 13 y a las 21 horas, estaban a cargo de Omar de Feo, prestigioso periodista que hizo época en Uruguay. Y yo tenía a mi cargo los que le seguían en importancia, a las 12, a las 20 y 22 horas y la síntesis de la medianoche.
Cuando no tenía servicio en la radio, algunas noches, después de comer liviano, nos reuníamos varios compañeros exilados en el histórico café “Tupi Nambá” que como tantos otros íconos del Montevideo antiguo, la piqueta, sin piedad, los demolió. Éramos jóvenes unidos por una misma pasión en esos años en que el tiempo está para gastarlo. Entre otras figuras de la política y de la cultura uruguaya allí tomaban café y charlaban sin prisas, el político blanco Haedo, el director del semanario “Marcha”, Dr. Quijano o el gran crítico de cine Alsina Thevenet.
En Radio Carve conocí a un exquisito poeta folklórico argentino que cumplía una gira artística. Admiraba su “Amanecida” o “Zamba para no morir”. Era nada menos que Hamlet Lima Quintana. Leí y admiré sus poesías como mi preferida “Gente”
GENTE
Hay gente que con sólo decir una palabra
enciende la ilusión y los rosales;
que con sólo sonreír entre los ojos
nos invita a viajar por otra zonas,
nos hace recorrer toda la magia.

Hay gente que con solo dar la mano
rompe la soledad, pone la mesa,
sirve el puchero, coloca las guirnaldas,
que con solo empuñar una guitarra
hace una sinfonía de entrecasa.
Hay gente que con solo abrir la boca
Llega hasta todos los límites del alma,
Alimenta una flor, inventa sueños,
hace cantar el vino en las tinajas
y se queda después como si nada.

Y uno se va de novio con la vida,
desterrando una muerte solitaria
pues sabe que a la vuelta de la esquina
hay gente que es así, tan necesaria.

Otro hombre muy importante que conocí y fue mi amigo y maestro en radio, fue un peruano exilado que un día recaló, como yo, en la generosa CX 16, Radio Carve de Montevideo. Fué Hugo Guerrero Marthineitz un sabio de la radio. Hasta entonces, el silencio en radio era un pecado. Si por alguna razón los locutores hacíamos lo que se llamaba “un bache” de inmediato, un llamado de la dirección, siempre en escucha, nos preguntaba qué pasó. Hugo nos enseñó que el silencio, como en la música, es una nota y que tiene un valor. Le daba valor al silencio, creaba expectativa, aumentaba el interés, era un silencio que hablaba. El oyente llenaba el silencio con su imaginación. Hugo tenía una hermosa voz grave y sonora y comenzaron a buscarlo para grabar anuncios. Uno de ellos, recuerdo, era para Naranja Crush. No cantaba, ni recitaba, pero musicalizaba el fraseo de las palabras. Era una técnica que nunca escuché en otro profesional.[1]
En sociedad con Augusto Bonardo organizamos una gira por varias ciudades del interior de Uruguay promocionando todos los productos de la Fábrica Uruguaya de Alpargatas, cuya publicidad estaba a mi cargo. Viajábamos en un ómnibus, nosotros como directores y administradores y el elenco artístico. En otro ómnibus, dos ayudantes, los telones y la escenografía. Un día se nos quedó empantanado un ómnibus en medio del campo y allí bajamos todos, en ropa interior a empujar hasta sacarlo del barro. Un arroyo cercano nos sirvió para lavarnos y seguir adelante. Dormíamos en hoteles baratos y comíamos sándwiches, pero todo lo tomábamos con buen humor. Las funciones lograron su objetivo promocional para las marcas. Fueron dos semanas de un poco de sacrificio pero también de amistad y diversión.


[1] Hugo Guerrero falleció de pobreza y de tristeza el 21 de julio de este 2010

FUBA y LA REVOLUCION

FUBA


Al regreso de Europa me esperaba en Buenos Aires un clima de descontento estudiantil, con medidas del Ministerio de Educación y la falta de libertad en el gobierno de Perón. A comienzos de 1951 fuimos invitados a varias reuniones en las que convergían militares, políticos, algunos sindicalistas y dirigentes estudiantiles, agrupados en la Federación Universitaria de Buenos Aires, conocida por FUBA. Se conspiraba y se hablaba de revolución. Nuestro Centro de Estudiantes era vigilado por policías en la puerta y agentes de civil que presenciaban, sin ser invitados, nuestras reuniones y asambleas. La FUBA decidió crear un comité secreto de emergencia para conducir la acción estudiantil del cual formé parte por mi militancia y por ser presidente del Centro de Estudiantes de la Facultad de Derecho.[1]
La comisión directiva que yo presidía la integraban grandes compañeros que después fueron eminentes argentinos, como el historiador Félix Luna, el embajador Roberto Etchepareborda, Alcides Pérez Gallart, Milo Gibaja, Edmundo Eichelbaum, Issay Klasse y otros. Eichelbaum fue el último de ellos con quien estuve conversando, en la madrugada del día anterior a la fuga. Issay despertó mi gusto por la música clásica, haciéndome escuchar en su casa “Tocatta y Fuga” de Bach” y me descubrió al gran pintor Petorutti mostrándome y describiéndome un cuadro que colgaba en su habitación.
La picazón de la política me ocupaba y absorbía. Éramos estudiantes de diversas ideologías: pero mayoría de centro-izquierda: radicales, socialistas, demócratas, comunistas e independientes. Estaban próximas las elecciones de 1946 para presidente de la república y la opinión se polarizaba entre la coalición de la Unión Democrática con la formula Tamboríni-Mosca y el surgente general Perón con un viejo radical, converso, que tenía el pintoresco nombre de Hortensio Benjamín Quijano, como vicepresidente.
A pesar que la Unión Democrática contaba con el apoyo de los diarios y las radios, (aun no había televisión) Perón, triunfó. Tanto era el deseo de cambio que tenia la gente en Argentina.
El gobierno de Perón había encarcelado al diputado nacional Ricardo Balbín, presidente de la Unión Cívica Radical, el más importante partido opositor y al cual yo pertenecía. Organizamos un agresivo reclamo, pidiendo su libertad, coordinando actos “relámpago” en esquinas importantes del centro de la ciudad, a las que nos citábamos y convocábamos secretamente. Entonces todavía no había internet ni emails. Cuando llegaba la policía, nos dispersábamos rápidamente mezclándonos con los transeúntes. Poco tiempo después Balbín fue puesto en libertad. Me sentía un revolucionario. Muchos años después leí: “Si a los 18 no eres revolucionario, no tienes corazón, pero si a los 40 sigues siendo revolucionario, no tienes cabeza”
Cuando murió Perón, Balbín dio una lección de grandeza al despedirlo en nombre de la Unión Cívica Radial, dijo- “Un viejo adversario viene a despedir a un amigo”.
Cuántos amaneceres nos encontraron en la mesa del café de Las Heras y Pueyrredón, conversando, discutiendo y planeando para una mejor Argentina y un mundo feliz. A veces venía a la mesa algún político de los que admirábamos como el reformista Gabriel del Mazo.[2] Los escuchábamos con atención, en largas noches de connivencia intelectual.

LA REVOLUCION

Avanzaba la conspiración antiperonista. La primera reunión del comité de emergencia de la Federación Universitaria Argentina fue en la ciudad de Córdoba, histórica cuna de la Reforma Universitaria. Por unanimidad decidimos sumarnos al movimiento revolucionario que, ya sabíamos, sería encabezado por el General Menéndez.
El Dr. Miguel Ángel Zabala Ortiz, diputado nacional que después fue Ministro de Relaciones Exteriores, era uno de nuestros contactos políticos. Nos pidieron organizar una volanteada masiva en varios pueblos del gran Buenos Aires, simultánea con otras acciones de grupos antiperonistas y los gremios ferroviarios en huelga. Salimos una noche fría de principios de agosto de 1951 en el automóvil de José Luis Azarola Saint, hijo del agregado cultural de Uruguay en la Argentina. En el grupo, además de Azarola, venían Félix Luna, Felipe Lunardello y Emilio Gibaja.[3]
Cruzando la estación de tren de José Luis Suarez en los alrededores de Buenos Aires, nos sorprendió la policía. Pudimos escapar pero, alcanzaron a tomar el número de la chapa del auto. Pronto descubrieron a quien pertenecía. Esa misma madrugada la policía allanó la casa de Azarola. El episodio terminó con la carrera diplomática del papá de mi compañero que era un gran señor al que yo admiraba y sentí mucho haberle causado ese gran disgusto. Probablemente fue uno de los primeros desencuentros entre la diplomacia de Uruguay y Argentina.
La policía obtuvo los nombres de todos nosotros; las casas fueron allanadas y todos apresados excepto yo. Cuando la policía fue a buscarme a mi casa, en Olivos, no me encontraron porque yo había ido a Avellaneda donde se reunía la convención nacional de la Unión Cívica Radical para elegir la fórmula presidencial en las próximas elecciones. Muy tarde llamé a casa para darles la noticia a mis padres de que se había elegido la formula Balbín –Frondizi y me atendió una voz extraña. Pensando que me había equivocado, volví a llamar y esta vez me atendió mamá con una voz temblorosa en la que descubrí que la policía ya estaba allí. Alcancé a enviarle un beso y decirle que no se preocupara y corté antes que pudieron descubrir de donde llamaba. Subí al estrado de la reunión y le informe al Dr. Ricardo Balbín. Ahí se puso en marcha toda una red de protección cuyo cerebro era el Dr. Arturo Frondizi y que ya estaba funcionando con otros perseguidos. El primer lugar de escondite fue la casa de un dirigente del partido, el Dr. Ricardo Berri, conocido médico en La Plata. Siguieron otros domicilios de inolvidables amigos como Bernardo Larroudet, Mariano Wainfeld y Alberto Candiotti, De un lugar a otro siempre me trasladaba Raúl Gargione, el valiente y fiel chofer de Frondizi. A todos ellos, mi recuerdo y mi homenaje.
Tuve orden de captura desde el 2 de agosto de 1951 hasta febrero de 1954 en que fue levantada por el juez federal Francisco Menegazzi.
Mi situación se agravó porque mis compañeros detenidos, ante las presiones y torturas, se pusieron de acuerdo para asignarme a mí la mayor responsabilidad del hecho. Hicieron muy bien, pero eso agravó mi situación y me buscaban con ahincó.[4]
Ante el peligro de mi apresamiento Frondizi decidió que me fuera al Uruguay. El primer paso fue viajar a Entre Ríos. Lo hicimos junto a otro compañero de los grupos antiperonistas, Julio Passerón, estudiante de 5º. Año y dirigente estudiantil de la Facultad de Filosofía y Letras. Llegamos a la ciudad de Paraná donde nos recibió el hermano del diputado nacional Raúl Uranga. Nos llevó por una noche a una quinta en las afueras de la ciudad y al día siguiente pasamos a manos del senador provincial Dr. Emilio Poitevín quien nos ubicó en una chacra en Villaguay, pequeña ciudad en la costa del rio Uruguay.
Ya habían pasado dos semanas desde que comenzaron mis peripecias y seguía vestido de político, con traje y sobretodo azul, camisa blanca, que ya era gris y medias, zapatos y sombrero negros. Lo menos apropiado para esas peripecias. Un día, caminamos hasta un pequeño arroyo cercano, nos desnudamos, lavamos toda la ropa y la tendimos al sol. Que ridículos pareceríamos atravesando el campo con esa arrugada ropa ciudadana.
Dormíamos bajo un techo de chapas, sin paredes. Los murciélagos, volaban raudos, a nuestro alrededor toda la noche.
El dueño de la chacra, don Cristóbal Nogueira, era hombre de campo, entrerriano de pura cepa A Julio y a mí nos gustaba conversar con ese viejo radical. En nuestro aburrimiento, empezamos a notar que el castellano de don Cristóbal tenía visos un poco clásicos, era casi un castellano antiguo y había cierta musicalidad en sus frases lacónicas. Era un campesino y un señor.
Una mañana, don Cristóbal nos despertó con una rosa en cada mano, de parte de su mujer. Nos pedía disculpas, pero quería que nos fuéramos porque estaba en plena menopausia, muy nerviosa y asustada por nuestra presencia. Un poco avergonzado, nos llevo en su viejo sulki a otro destino en nuestra fuga. Era una pequeña casilla en la costa del rio Uruguay, refugio de pescadores cuando había mal tiempo. Teníamos unas latas con salchichas, unas galletas y un bidón con agua. Como en casi todos nuestros escondites, el ir al baño era siempre a cielo abierto, en pleno campo .Ya nos habíamos acostumbrado.
La tercera noche llovía fuerte cuando alguien golpeó la puerta. Era Ramón, el pescador a quien le habían encomendado que nos cruzara a Uruguay. Nos dijo que esa noche era la oportuna porque con la tormenta sería más fácil eludir la vigilancia de las lanchas de la prefectura argentina. Embarcamos en su bote isleño, con casco en forma de V y Ramón nos hizo acostar en el fondo, angosto y mojado.
Silenciosamente, empezó a remar hacia la vecina orilla. Cada vez que la pala del remo salía del agua, el viento desparramaba el agua que empapaba cada más mi traje y mi sobretodo
El pescador remaba en sesgo para enfrentar la fuerte corriente que lo tiraba río abajo. El ancho del río era de unos ochocientos metros pero tardamos más de una hora en la travesía. La oscuridad era total, nos manteníamos en silencio, no sé si porque nos los había pedido Ramón o porque el frío nos enmudecía. No recuerdo si en algún momento, durante el cruce, tuvimos miedo. Creo que no.


[1] Encuentros, Félix Luna, pag.451
[2] El movimiento de la reforma universitaria se inició en la universidad nacional de Córdoba en 1918, liderada por Deodoro Roca, Arturo Orgaz y otros líderes estudiantiles. Se extendió luego a otras universidades del país y de América Latina. Entre sus principios se encuentran la autonomía universitaria, el cogobierno, la periodicidad de las cátedras, y los concursos de oposición y antecedentes.

[3] Frente al horror de la picana, Félix Luna,. La Nación .Buenos Aires  pag,9, 14/2/2005

[4] Promediados los cuarenta, José Luis de Imaz, pag.89.

miércoles, 7 de marzo de 2012

FUBA, LA REVOLUCION

FUBA

Al regreso de Europa me esperaba en Buenos Aires un clima de descontento

estudiantil, con medidas del Ministerio de Educación y la falta de libertad en el gobierno

de Perón. A comienzos de 1951 fuimos invitados a varias reuniones en las que

convergían militares, políticos, algunos sindicalistas y dirigentes estudiantiles, agrupados

en la Federación Universitaria de Buenos Aires, conocida por FUBA. Se conspiraba y se

hablaba de revolución. Nuestro Centro de Estudiantes era vigilado por policías en la

puerta y agentes de civil que presenciaban, sin ser invitados, nuestras reuniones y

asambleas. La FUBA decidió crear un comité secreto de emergencia para conducir la

acción estudiantil del cual formé parte por mi militancia y por ser presidente del Centro de

Estudiantes de la Facultad de Derecho.


La comisión directiva que yo presidía la integraban grandes compañeros que

después fueron eminentes argentinos, como el historiador Félix Luna, el embajador

Roberto Etchepareborda, Alcides Pérez Gallart, Milo Gibaja, Edmundo Eichelbaum, Issay

Klasse y otros. Eichelbaum fue el último de ellos con quien estuve conversando, en la

madrugada del día anterior a la fuga. Issay despertó mi gusto por la música clásica,

haciéndome escuchar en su casa “Tocatta y Fuga” de Bach” y me descubrió al gran

pintor Petorutti mostrándome y describiéndome un cuadro que colgaba en su habitación.

La picazón de la política me ocupaba y absorbía. Éramos estudiantes de diversas

ideologías: pero mayoría de centro-izquierda: radicales, socialistas, demócratas,

comunistas e independientes. Estaban próximas las elecciones de 1946 para presidente

de la república y la opinión se polarizaba entre la coalición de la Unión Democrática con

la formula Tamboríni-Mosca y el surgente general Perón con un viejo radical, converso,

que tenía el pintoresco nombre de Hortensio Benjamín Quijano, como vicepresidente.

A pesar que la Unión Democrática contaba con el apoyo de los diarios y las

radios, (aun no había televisión) Perón, triunfó. Tanto era el deseo de cambio que tenia la

gente en Argentina.

El gobierno de Perón había encarcelado al diputado nacional Ricardo Balbín,

presidente de la Unión Cívica Radical, el más importante partido opositor y al cual yo

pertenecía. Organizamos un agresivo reclamo, pidiendo su libertad, coordinando actos

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Encuentros, Félix Luna, pag.451

“relámpago” en esquinas importantes del centro de la ciudad, a las que nos citábamos y

convocábamos secretamente. Entonces todavía no había internet ni emails. Cuando

llegaba la policía, nos dispersábamos rápidamente mezclándonos con los transeúntes.

Poco tiempo después Balbín fue puesto en libertad. Me sentía un revolucionario. Muchos

años después leí: “Si a los 18 no eres revolucionario, no tienes corazón, pero si a los 40

sigues siendo revolucionario, no tienes cabeza”

Cuando murió Perón, Balbín dio una lección de grandeza al despedirlo en nombre

de la Unión Cívica Radial, dijo- “Un viejo adversario viene a despedir a un amigo”.

Cuántos amaneceres nos encontraron en la mesa del café de Las Heras y

Pueyrredón, conversando, discutiendo y planeando para una mejor Argentina y un mundo

feliz. A veces venía a la mesa algún político de los que admirábamos como el reformista

Gabriel del Mazo.
12 Los escuchábamos con atención, en largas noches de connivencia

intelectual.

LA REVOLUCION

Avanzaba la conspiración antiperonista. La primera reunión del comité de

emergencia de la Federación Universitaria Argentina fue en la ciudad de Córdoba,

histórica cuna de la Reforma Universitaria. Por unanimidad decidimos sumarnos al

movimiento revolucionario que, ya sabíamos, sería encabezado por el General

Menéndez.

El Dr. Miguel Ángel Zabala Ortiz, diputado nacional que después fue Ministro de

Relaciones Exteriores, era uno de nuestros contactos políticos. Nos pidieron organizar

una volanteada masiva en varios pueblos del gran Buenos Aires, simultánea con otras

acciones de grupos antiperonistas y los gremios ferroviarios en huelga. Salimos una

noche fría de principios de agosto de 1951 en el automóvil de José Luis Azarola Saint,

hijo del agregado cultural de Uruguay en la Argentina. En el grupo, además de Azarola,

venían Félix Luna, Felipe Lunardello y Emilio Gibaja.
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Cruzando la estación de tren de José Luis Suarez en los alrededores de Buenos

Aires, nos sorprendió la policía. Pudimos escapar pero, alcanzaron a tomar el número de

la chapa del auto. Pronto descubrieron a quien pertenecía. Esa misma madrugada la

policía allanó la casa de Azarola. El episodio terminó con la carrera diplomática del papá

de mi compañero que era un gran señor al que yo admiraba y sentí mucho haberle

causado ese gran disgusto. Probablemente fue uno de los primeros desencuentros entre

la diplomacia de Uruguay y Argentina.

La policía obtuvo los nombres de todos nosotros; las casas fueron allanadas y

todos apresados excepto yo. Cuando la policía fue a buscarme a mi casa, en Olivos, no

me encontraron porque yo había ido a Avellaneda donde se reunía la convención

nacional de la Unión Cívica Radical para elegir la fórmula presidencial en las próximas

elecciones. Muy tarde llamé a casa para darles la noticia a mis padres de que se había

elegido la formula Balbín –Frondizi y me atendió una voz extraña. Pensando que me

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El movimiento de la reforma universitaria se inició en la universidad nacional de Córdoba en 1918,

liderada por Deodoro Roca, Arturo Orgaz y otros líderes estudiantiles. Se extendió luego a otras

universidades del país y de América Latina. Entre sus principios se encuentran la autonomía

universitaria, el cogobierno, la periodicidad de las cátedras, y los concursos de oposición y antecedentes.

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Frente al horror de la picana, Félix Luna,. La Nación .Buenos Aires pag,9, 14/2/2005

había equivocado, volví a llamar y esta vez me atendió mamá con una voz temblorosa en

la que descubrí que la policía ya estaba allí. Alcancé a enviarle un beso y decirle que no

se preocupara y corté antes que pudieron descubrir de donde llamaba. Subí al estrado de

la reunión y le informe al Dr. Ricardo Balbín. Ahí se puso en marcha toda una red de

protección cuyo cerebro era el Dr. Arturo Frondizi y que ya estaba funcionando con otros

perseguidos. El primer lugar de escondite fue la casa de un dirigente del partido, el Dr.

Ricardo Berri, conocido médico en La Plata. Siguieron otros domicilios de inolvidables

amigos como Bernardo Larroudet, Mariano Wainfeld y Alberto Candiotti, De un lugar a

otro siempre me trasladaba Raúl Gargione, el valiente y fiel chofer de Frondizi. A todos

ellos, mi recuerdo y mi homenaje.

Tuve orden de captura desde el 2 de agosto de 1951 hasta febrero de 1954 en

que fue levantada por el juez federal Francisco Menegazzi.

Mi situación se agravó porque mis compañeros detenidos, ante las presiones y

torturas, se pusieron de acuerdo para asignarme a mí la mayor responsabilidad del

hecho. Hicieron muy bien, pero eso agravó mi situación y me buscaban con ahincó.
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Ante el peligro de mi apresamiento Frondizi decidió que me fuera al Uruguay. El

primer paso fue viajar a Entre Ríos. Lo hicimos junto a otro compañero de los grupos

antiperonistas, Julio Passerón, estudiante de 5º. Año y dirigente estudiantil de la Facultad

de Filosofía y Letras. Llegamos a la ciudad de Paraná donde nos recibió el hermano del

diputado nacional Raúl Uranga. Nos llevó por una noche a una quinta en las afueras de la

ciudad y al día siguiente pasamos a manos del senador provincial Dr. Emilio Poitevín

quien nos ubicó en una chacra en Villaguay, pequeña ciudad en la costa del rio Uruguay.

Ya habían pasado dos semanas desde que comenzaron mis peripecias y seguía

vestido de político, con traje y sobretodo azul, camisa blanca, que ya era gris y medias,

zapatos y sombrero negros. Lo menos apropiado para esas peripecias. Un día,

caminamos hasta un pequeño arroyo cercano, nos desnudamos, lavamos toda la ropa y

la tendimos al sol. Que ridículos pareceríamos atravesando el campo con esa arrugada

ropa ciudadana.

Dormíamos bajo un techo de chapas, sin paredes. Los murciélagos, volaban

raudos, a nuestro alrededor toda la noche.

El dueño de la chacra, don Cristóbal Nogueira, era hombre de campo, entrerriano

de pura cepa A Julio y a mí nos gustaba conversar con ese viejo radical. En nuestro

aburrimiento, empezamos a notar que el castellano de don Cristóbal tenía visos un poco

clásicos, era casi un castellano antiguo y había cierta musicalidad en sus frases

lacónicas. Era un campesino y un señor.

Una mañana, don Cristóbal nos despertó con una rosa en cada mano, de parte de

su mujer. Nos pedía disculpas, pero quería que nos fuéramos porque estaba en plena

menopausia, muy nerviosa y asustada por nuestra presencia. Un poco avergonzado, nos

llevo en su viejo sulki a otro destino en nuestra fuga. Era una pequeña casilla en la costa

del rio Uruguay, refugio de pescadores cuando había mal tiempo. Teníamos unas latas

con salchichas, unas galletas y un bidón con agua. Como en casi todos nuestros

escondites, el ir al baño era siempre a cielo abierto, en pleno campo .Ya nos habíamos

acostumbrado.

La tercera noche llovía fuerte cuando alguien golpeó la puerta. Era Ramón, el

pescador a quien le habían encomendado que nos cruzara a Uruguay. Nos dijo que esa

noche era la oportuna porque con la tormenta sería más fácil eludir la vigilancia de las

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Promediados los cuarenta, José Luis de Imaz, pag.89.

lanchas de la prefectura argentina. Embarcamos en su bote isleño, con casco en forma

de V y Ramón nos hizo acostar en el fondo, angosto y mojado.

Silenciosamente, empezó a remar hacia la vecina orilla. Cada vez que la pala del

remo salía del agua, el viento desparramaba el agua que empapaba cada más mi traje y

mi sobretodo

El pescador remaba en sesgo para enfrentar la fuerte corriente que lo tiraba río

abajo. El ancho del río era de unos ochocientos metros pero tardamos más de una hora

en la travesía. La oscuridad era total, nos manteníamos en silencio, no sé si porque nos

los había pedido Ramón o porque el frío nos enmudecía. No recuerdo si en algún

momento, durante el cruce, tuvimos miedo. Creo que no.